Reseña del libro “La Madriguera Dorada”, de Catalin Partenie
Sfinx y Phoenix fueron, posiblemente, los dos grupos de rock más conocidos en la Rumanía del sanguinario Ceaucescu, y si uno pierde media hora buscando en Internet, encontrará que “El tren sin inspector” (no me negará usted que es, cuanto menos, un título mucho más sexy e imaginativo que aquel de la libertad, libertad, sin ira, libertad y tal) fue el himno generacional de esos jóvenes rumanos que cada “Jueves de la Juventud” (menos mal que por lo menos lo pusieron un jueves y no un lunes) acudían a los centros culturales o a las escuelas de Bucarest y de otras ciudades para sacudirse la camisa de fuerza que cubría sus tersas y blanquecinas pieles y divertirse. Para disfrutar, en este caso, del grito de ira (siempre ensordecedor y sincero) de un guitarreo enchufado al máximo de su potencia. Chicos y chicas que se juntaban para beber vodka, arrimarse con sugerentes movimientos de pelvis cincuenteros y, ya de paso y si terciaba, tocarle un poco los cojones a sus asustados viejos o la mismísima policía del pronto agujereado dictador.
Fane, Paul y Oksana tenían, además, su propio escondite diario. La Madriguera Dorada, la llamaban. Fane, Paul y Oksana, en aquellos oscuros años ochenta, vivían como conejos en su propia madriguera del rock. Y como los conejos, salían de ellas cuando caía la noche y como conejos se escondían dentro durante el día para hacer música y proteger la amistad, el amor y la libertad que les proporcionaba crear arte con sus propias manos. Esa capacidad salvadora de la música, ya sabe usted. El alma libertaria y contestataria del rock and roll en su máxima expresión. Y su madriguera, un mundo creado a conciencia más allá del terrible mundo exterior. Con sus propias reglas. Un presente, un hogar artificial hecho con un sofá de mimbre y un arrugado lienzo en el que un río y unas preciosas montañas pintadas en él eran mucho más reales que nada de lo que había fuera.
Sentarse en el sofá (en el porche, como ellos decían) y, simplemente, disfrutar del paisaje.
Y respirar.
Y tocar, claro. No parar nunca de tocar.
¿Para qué pensar en el futuro?
Solo se trataba del rock. Y quizás también de un poco de sexo, y de unas pastas rancias para seguir matando el hambre; y de la amistad. De estas cosas se trataba, los frágiles iconos de su ingenua pero indestructible resistencia. La única vía de escape. La única forma de sobrevivir a la Lógica de aquel que llamaban El Timonel. La Madriguera Dorada, igual que el sol del atardecer (o del amanecer, según se mire). En todo caso, una madriguera llena de vida y de esperanza.
La Madriguera Dorada es la primera novela del escritor rumano Catalin Partenie y ya lo está petando en su país y fuera del mismo, como no podía ser de otra forma. Aquí la publican los amigos de Impedimenta, a los que también les va bastante la marcha (y, sobre todo, la buena literatura europea). En mi caso, amigo Partenie, no ha podido ser un inicio más certero. Rock and roll, tardocomunismo, soledad, humor, chascarrillos de juventud, y esas necesarias pizcas de melancolía, tragedia y ternura. Casi ná. Ciento ochenta páginas que se leen del tirón y que narran la historia de una amistad rockera y conejil en medio del páramo cutre y helado de la Rumanía del final del Telón de Acero.
En definitiva, otro estupendo relato de ficción pá la saca (aunque tú tampoco nos engañas, amigo Catalin) sobre nuestro pasado continental más reciente, y que viene acompañado por los torpes riffs de Fane, los ritmos certeros de Paul en la batería, las ansias de saciar el hambre (físico y espiritual) de aquellos terribles tiempos, y de unas cuantas y divertidas (pero tristísimas) aventuras juveniles.
Y ahora, como en aquel 25 de diciembre de 1989…
Preparados…
Apunten…
¡Y Rock and Roll!