… y además muy bien. De hecho, en muchos lugares del mundo se utilizan las cagarrutas de vaca en lugar de leña como combustible para cocinar. Desconozco cómo estará el cabrito asado al horno de caca, pero, como podéis imaginar, no van por ahí los tiros con este libro.
Petr Sabach es checo, con todo lo que eso quiere decir. Y quiere decir, en primer lugar, literatura a la eterna e inimitable sombra de Hasek y Hrabal, y en segundo lugar, obra muy poco conocida allende sus fronteras. Y es una lástima, porque libros como éste no se leen todos los días… a no ser que seas como yo y te lazampes dos veces en sendos días.
La mierda arde, como su propio título podría sugerir, es un libro desconcertante. En la primera de las tres historias de las que consta, “La apuesta”, que, hablando en términos musicales, podría ser un divertimento, se nos narra la absurda y divertidísima charla de bar y el increíble duelo posterior entre dos vejetes cascarrabias, de esos que salvan el mundo con cada lingotazo de anís. Sabach se revela aquí como un gran observador y, aunque el inesperado final del cuento nos puede dejar con un ¿eh? en la boca, anticipa una característica fundamental del segundo y extraordinario relato: la creación de un mundo cotidiano, costumbrista y casi anodino donde, sin embargo, en cualquier momento puede surgir, y de hecho surge, el absurdo más delirante.
La segunda historia, “Bellevue”, tanto en su estructura como su desenlace, nos recuerda mucho más a lo que podríamos considerar un relato convencional, salvo que nada en este autor es convencional. Sabach, que escribe con un estilo aparentemente deslavazado en el que el hilo argumental parece cortarse bruscamente con cada nuevo párrafo, nos brinda sin embargo un extraordinario relato, corto, preciso, original, de gran imaginación, divertido y sugerente, en el que, a diferencia de la primera historia, el desenlace es rotundo y contundente. Y seguimos en ascenso, porque ahora viene la tercera.
“Agua con zumo” es, con mucho, el relato más extenso, y en él disfrutamos de una historia de características parecidas a “Bellevue”, a saber, tono costumbrista y de pitorreo, gran número de personajes, multitud de pequeños hilos argumentales y saltos bruscos de uno a otro. Pero esta última historia es mucho más compleja y ambiciosa.
En “Agua con zumo”, el autor nos ofrece, en primer lugar, un corrosivo relato de la vida cotidiana tras el telón de acero. Sin embargo, lejos de limitarse a Checoslovaquia, Sabach se burla aquí de todo el mundo soviético. Así, le bastan un par de escenas para ridiculizar, por decirlo de manera suave, los grandes progresos de la técnica y el diseño en la RDA y, sobre todo, el inexplicable orgullo que esos presuntos progresos inspiraban a la generación de sus padres.
La represión política es también vista desde un punto de vista no ya divertido, sino hilarante, como en esa brillante escena en que la profesora invita a la escuela a un agente de la policía secreta para que hable a los niños de su trabajo. Lo cierto es que el absurdo alcanza en determinados momentos tales cotas que uno supone que todo lo que cuenta el autor tiene que ser cierto, pues nadie puede inventar semejantes barbaridades. De hecho, en un momento dado el narrador nos jura que cierto sádico juego inventado para entretener a los jóvenes pioneros no es fruto de su perversa imaginación.
Pero este genial relato es también una especie de estudio de las relaciones entre hombres y mujeres. Comienza con una niña descubriendo el poder que su ombligo es capaz de ejercer sobre el sexo opuesto, y concluye con otra disparatada escena en la que la esposa del narrador, que se entromete constantemente en el proceso de escritura, lleva a sus últimas consecuencias la estúpida satisfacción del narrador por haberse conocido.
Servidor, por su parte, a quien está encantado de haber conocido es a este idolatrable iconoclasta llamado Petr Sabach.