Una de las personas más importantes de mi vida es mi abuelo. Aunque él ya no está con nosotros yo sigo hablando en presente, porque todo lo que aprendí de él, todo lo que él me enseñó, sigue día a día junto a mí.
De él aprendí a ser una persona fuerte, a no dejarme amedrentar por los miedos, a perseguir mis sueños costara lo que costara. También me enseñó que valgo más de lo que dicen y que la gente que importa cree en mí mucho más de lo que yo pienso. También me mostró el valor de la familia, lo importante que es mantenerse unido siempre. Y eso le llevó a enseñarme que todo el mundo se equivoca y que hay que saber aprender de los errores.
Por eso, cuando por fin publiqué el que espero sea el primer libro de muchos, se lo dediqué a él.
Y por eso no he podido evitar acordarme de él al leer La mirada de Dios, de Colwyn Miguel Urieta, libro del que vengo a hablaros, donde los protagonistas son un nieto y un abuelo que, mano a mano, irán regalándole al lector una infinidad de lecciones de las que aprender.
Antes de empezar voy a decir que yo no soy religiosa, nunca lo he sido. En mi casa me educaron en la religión cristiana —incluso fui a un colegio de curas—, pero yo no he sido capaz de encontrar ahí mi hueco. Y no pasa nada, si bien me enseñaron que tenía esa opción, también me explicaron que no pasaba nada si no me identificaba con ella o si prefería tomar otra de las muchas tantas que hay. Lo importante es ser fiel a uno mismo y encontrar en ello la felicidad. Yo la encontré de esta manera, pero respeto a las personas religiosas y de vez en cuando me gusta ponerme también en su lugar.
Este punto lo quería aclarar porque las enseñanzas que el abuelo le da al nieto en este libro tienen mucho que ver con la religión, pero no quiero que este hecho ni el título de la obra lleven a error. No quiero que las personas no religiosas decidan no leerlo por esto y ahora, en lo que me queda de reseña, os voy a explicar por qué.
El joven nieto tiene muchas dudas, todas las dudas que un niño podría tener antes de enfrentarse a la vida. Y no solamente me refiero al de dónde venimos y a dónde vamos, me refiero a qué es el amor, cómo me libero del dolor cuando una persona a la que quiero se va, cómo acepto la derrota, cómo acepto ser rechazado por la persona que me gusta, cómo sé a qué tengo que dedicarme, CÓMO VOY A SER FELIZ CON TANTAS PREGUNTAS SIN RESOLVER.
Y es que así funciona la mente del nieto, y la del todo el mundo. Pero el abuelo, con la sabiduría que dan los años y el caerse una y otra vez, va a intentar responder a todo esto basándose en su propia experiencia. Así, iremos recorriendo la vida del abuelo, viendo que todo lo que ha vivido le ha dado para aprender muchísimo. Veremos por ejemplo lo complicado que es estar lejos del ser amado, pues él no tuvo la suerte de tener a su lado a la abuela del niño, y cómo esto hizo que aprendiera y que luchara todavía más por comprender el sentido de la vida.
Al recorrer toda la vida del abuelo encontramos historias preciosas, cargadas de dramatismo muchas de ellas, pero que en definitiva son las que le convirtieron en lo que ahora es. Ese recorrido por su vida es lo mejor del libro ya que, y no digo más, el lector se llevará alguna sorpresa que otra. Y para muestra de su sabiduría, os voy a dejar por aquí una de sus frases:
«Cuando un ser humano toca fondo, libra una batalla en su mente y en su cuerpo para aclarar su conciencia y su espíritu, sufriendo una metamorfosis que no es nada fácil de enfrentar. Pero al final, al superarla, cualquiera que sea el estado en el que salga el cuerpo, su luz brillante, su verdadera voz interior, será la que guíe sus pasos y no la voz de los demás».
El abuelo le da muchísima importancia al silencio, dice que tenemos que encontrarnos dentro de él, que es muy importante que nos acompañe en nuestra vida. Solo de esta manera podremos ver con La mirada de Dios. Si bien he dicho que no soy religiosa, yo me llevo esta lección a mi terreno y la interpreto de la siguiente manera: estar en silencio es lo que permite estar a solas con uno mismo, es la manera que tenemos de conocernos, de saber qué nos hace felices. Una vez consigamos eso —tarea muy difícil, por cierto—, podremos decir que estamos en paz con nosotros mismos, ya que tenemos un camino que, de momento, es el que nos hará avanzar. Por eso decía que los que no se sientan identificados con la religión no tienen por qué huir de este tipo de libros, ya que las enseñanzas son válidas para absolutamente todas las personas. Y si no me creéis, leedlo y después me contáis.
En cuanto a la narración, nos encontramos un libro ligero que se lee de manera ágil y rápida. El trasfondo de la moraleja lo invade todo y eso hace que el libro tenga tintes de cuento. Los diálogos abundan, ya que el libro está contado básicamente por el abuelo a pesar de que el narrador principal es el niño. Eso hace que la lectura sea rápida ya que las descripciones son casi nulas y lo importante son las historias que el abuelo cuenta. Colwyn Miguel Urieta utiliza un lenguaje especial que se acerca un poquito al realismo mágico y donde las metáforas abundan. Es un libro muy bien escrito que no cae en el pecado de ser pedante que, dada la temática, podría haberlo sido perfectamente.
En definitiva, es una novela que hay que leer sin prejuicios, dejándose llevar por la sabiduría del abuelo y entendiendo que todos los puntos de vista de este mundo son válidos. Si tú, lector, eres capaz de eso, creo que disfrutarás —y, sobre todo, aprenderás—, de las lecciones del abuelo llegando a imaginarte que tú eres el niño aprendiendo de una voz sabia que hará que mires el mundo con otros ojos.
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