La mirada de los ángeles, de Camilla Läckberg
Un profesor que tuve una vez solía decir que la mejor película de Spielberg es Tiburón, y juzgaba que La lista de Schindler era una inanidad (claro que él usaba una palabra mucho más áspera). ¿Por qué? Pues porque, según él -y es una tesis con la que estoy fervorosamente de acuerdo-, cuando mejor hace uno las cosas es cuando no sabe que las está haciendo bien, como según él le pasó a Spielberg mientras hacía Tiburón y no mientras hacía La lista de Schindler.
Mucho de eso es aplicable a Camilla Läckberg, escritora que, bien seguro, cuando estaba redactando su La princesa de hielo, no sospechaba que se fuera a convertir en un megaéxito editorial en toda Europa. Simplemente, ella se limitaba a escribir una historia que quería contar, de la forma en que quería contarla: con personajes entrañables, en un pueblo pequeño y apacible de Suecia, con una escritora un poco alter ego de ella misma metiéndose en líos y resolviendo misterios, flashbacks a tutiplén, etc. Hizo lo que sabía hacer con la inocencia de quien no tiene altas expectativas ni espera convertirse en autor superventas. Y le salió bien por partida doble.
Algunos años después, aquel libro inicial se ha convertido en una colección que no lleva visos de terminar, porque sigue dando huevos de oro. Lo más probable es que Läckberg se haya comprometido con su editorial a entregar cada equis tiempo un número concreto de novelas de Erica y Patrik resolviendo crímenes y asuntos de familia (la suya propia) simultáneamente. Y es así como llegamos a la octava entrega, ésta que tenemos aquí, que lleva por título La mirada de los ángeles y en la que se demuestra que mi profesor tenía razón.
La mirada de los ángeles no es una mala novela, ni siquiera para ser de un género tan proclive a la prostitución del talento y de las historias como el policiaco. En realidad, es una lectura bastante entretenida. El pero más grande -y no es pequeño- es que, en efecto, Läckberg está intentando hacerlo muy bien, tan bien como en sus primeras novelas, y se le nota. En honor a la verdad, lo tiene cada vez más difícil –más a cada libro que escribe– para ofrecer tramas originales y, de hecho, en este La mirada de los ángeles se nota especialmente la repetición de motivos y temas que ya habían sido utilizados en novelas anteriores, casi de la misma manera y con los mismos recursos narrativos y hasta las mismas soluciones. Debe de ser cierto que todos los escritores escriben siempre la misma novela, y Läckberg no sólo no es una excepción, sino que es una confirmación evidente de esa norma.
En esta ocasión, nos encontramos con temas y personajes-tipo recurrentes en ella como son el individuo alienado, la pareja en crisis, los secretos del pasado, el poder de la culpa y de la herencia y los efectos incontenibles de la violencia; y, sobre todo, el sufrimiento causado a los niños y a otros seres que representan la inocencia y la indefensión. La gestión del dolor y el amor y el humor como grandes antídotos a las amarguras del día a día son temas igualmente caros a esta autora, y aquí vuelven a aparecer. Pero lo que hasta ahora era sencillez argumentativa aquí se vuelve complejidad, y no necesariamente en provecho de la trama y del suspense, sino en detrimento de ellos; lo que antes era muchos personajes y muchas subtramas, ahora es demasía de personajes y de subtramas, hasta el punto de que se llega al final casi sin resuello, tratando el lector de no perder ninguna de las pelotas con las que se ve obligado a hacer malabarismos. Esa complejidad no corre pareja a la del lenguaje, pues éste es el habitual de la autora: directo, sencillo salvo cuando se trata de describir el estado emocional de los personajes; con profusión de diálogos pespunteados por apuntes alimenticios, del estilo:
-Y ahora, voy a desvelar quién es el asesino -dijo Erica mientras tomaba un sorbo más de café, momento que Anna aprovechó para coger otro bollo de canela.
A favor de La mirada de los ángeles hay que decir una vez más que cumple con lo que se espera de una novela policiaca: entretiene y anima a pasar las páginas y a no dejarlo hasta el final –por traído por los pelos que sea éste–, y reencontrarse con Erica y su familia y con los compañeros de Patrik y sus cuitas personales –destaca el tratamiento dado al entrañable personaje de Gösta, el policía viudo que además vio morir a su hijo recién nacido– es motivo de disfrute para un lector que, seguramente, ya hace tiempo se ha encariñado con todos ellos.
Y Camilla Läckberg se nos vuelve a revelar como una autora a la que importan mucho los sucesos sociales y políticos no sólo de su país, Suecia, sino también de toda Europa. No es ajena a los fenómenos de odio racial e ideológico, a las veleidades de corte neofascista de todos los signos, y nos advierte de que todo ello sólo puede llevar a la explosión de la violencia y de la desgracia de naciones enteras. Es muy loable que una autora que muy bien podía parapetarse en su éxito para no tener que tomar partido –cosa ésta que hacen con singular habilidad y pasmosa indiferencia muchos profesionales muy populares de todas las áreas y todos los países– sin embargo utilice aquél para hacerlo.