La mirada del ángel

Reseña del libro “La mirada del ángel”, de Thomas Wolfe

La mirada del ángel

Una piedra, una puerta ignota y una hoja.

Ya sabe: esa profundísima e inolvidable reflexión de Wolfe, esa nota al principio de la novela.

Y esa imagen.

¡Joder, menuda metáfora!

¡Quizás hasta me lo tatúe este verano!

“¿Quién de nosotros ha conocido a su hermano?”, dice también.

“¿Quién de nosotros ha mirado en el corazón de su padre? ¿Quién de nosotros no sigue estando eternamente prisionero? ¿Quién de nosotros no es eternamente un extraño que está solo?” 

Buah.

Y luego un ángel, petrificado e inmóvil, al principio, y justo al final. Un ángel inerte que no deja de mirarnos. Que nos mira sin decirnos nada (quién sabe lo que puede saber, si es que de verdad sabe algo, o si en realidad existe algo que haya que saber?).

Coincidiendo con el final de la relectura de esta imprescindible novela de novelas, me topé un día con una conferencia sobre los clásicos (todo muy académico y tal). En ella, el profesor X decía que en Las Mil y Una Noches está absolutamente todo. Y a callar. Luego, el profesor K le contra argumentaba, y le decía “que no, brother, que no; que si lees a Shakespeare y solo lees a Shakespeare no te haría falta leer nada más”.

Yo aún no he terminado de leer Las Mil y Una Noches (¡al loro con las ediciones que hay por ahí de esto!) y no sé si Shakespeare me aguantará para tanto, pero lo que sí sé es que en la fascinante historia familiar del joven y excéntrico Eugene Gant caben todas las familias. Y cabemos todos y cada uno de nosotros. Todos y cada uno de nuestros sueños, de nuestros terrores, nuestros éxitos y nuestros fracasos.

Joder, en La mirada del ángel también puede que esté todo.

(O, dicho de otra forma: ¿para qué contar más? Eso debió pensar Maxwell Perkins cuando leyó el manuscrito y le dijo a Wolfe que tenía que meterle bien la tijera al libro. ¡Que aquello era inabarcable, joder! ¡Que aquello era infinito! ¡Como la vida!)

¿Y cómo se puede leer la vida? (añado yo).

La historia (y sobre todo, la histeria) de las relaciones familiares, el deseo de ser amado, de ser alguien. La incertidumbre por el futuro… Perder, ganar y volver a perder… El dolor por el paso del tiempo. Tic-tac, tic-tic, y ese tren que vuelve a partir. Tantos y tantos recuerdos, olores, paisajes, personas, sensaciones, momentos, aventuras, posibilidades que ya no volverán. El futuro como una luz, siempre delante y tan lejos. El amor y el deseo. Siempre el amor y el deseo. ¿Qué otra cosa nos mueve si no? La literatura, para abrirse paso en un mundo incomprensible y terrible. Y los felices años veinte. Estados Unidos (¿hemos hablado de La Gran Novela Americana ya?) Y el racismo. Las consecuencias de la guerra de Secesión, que todavía colean. El machismo, la religión, la moral estadounidense, la pobreza y las injusticias sociales. El sueño americano…Y la muerte. Ese ángel que nos mira.

Seguro que usted encontrará más cosas.

Y usted también.

Y usted.

Faulkner admiraba mucho a Thomas Wolfe. Pensaba que podía llegar a ser el mejor escritor de su generación (por encima, incluso, de su propio y majestuoso bigote sureño y por encima, por supuesto, de los Hemingway y los Scott Fitzgerald de turno). La llamada Generación Perdida. Wolfe y los demás.

Porque escribir una primera novela y que salga buena entra dentro de lo normal. (J.M. lo ha hecho). Que esa primera novela sea extraordinaria ya sí es más complicado. Algo casi impensable.

Pero que esa primera novela no solo sea una obra maestra, sino que se haya convertido en un clásico imperdible de la literatura universal, por los siglos de los siglos, amén…eso es algo extraordinario que no sé si se podría volver a repetir (y yo, viendo el percal, lo dudo).

Por cierto, La mirada del ángel la reedita (gloria y larga vida al traductor) los amiguetes de Trotalibros (o lo que viene siendo gente que sabe un poco de qué va esto).

Porque esto va de gran literatura. Y punto.

La del ángel que nos mira.

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