Dice parte de la contraportada: “Un violador acecha a las mujeres en el cementerio de Antofagasta. Las víctimas declaran haber sido arrastradas al interior de un mausoleo por un sujeto de voz aterradora y que huele a muerto.”
¿Pinta bien, eh? ¿Cómo resistirme? Si añadimos que en esta novela negra la pareja protagonista encargada de resolver el misterio es de lo más pintoresco, el libro va a la buchaca.
Pero antes de meternos a mayores con La muerte es una vieja historia, quiero incluir parte de la cita de Raymond Chandler que Rivera Letelier ha antepuesto a su novela:
“Hace tiempo que me he persuadido de que lo que hace aburridas a las novelas policiales, al menos en un plano literario, es que los personajes se extravían cuando ha transcurrido un tercio. A menudo la apertura, la puesta en escena, es establecimiento del trasfondo, es muy bueno. Pero después la trama se espesa y los personajes se vuelven meros nombres.
¿Qué puede hacerse para evitarlo? Se puede escribir acción constante, y eso está muy bien si uno lo disfruta. Pero lamentablemente uno madura, uno se vuelve complicado e inseguro, uno se interesa en los dilemas morales más que en quién le rompió a quién la cabeza…“
Se puede o no estar de acuerdo con esta afirmación, o puede que se dé en algunos libros y no en todos. También es cierto que ha llovido mucho y se ha escrito aún más desde que Chandler hablara así. Sea como sea, en este libro no hay extravío alguno. No hay aburrimiento posible en esta historia de casi 200 páginas que se leen con mucha facilidad, con pocas descripciones que corten el ritmo, con un lenguaje simple, directo y cercano que incluye además vocablos típicos de Chile, país de origen del autor, que no hacen sino aumentar el nivel de “rareza” y frescura de la novela.
Porque sí, la sensación que nos acompaña durante la lectura es de ligera extrañeza ya empezando por la pareja de detectives. Mira que hemos visto y leído detectives, tanto en solitario como en pareja, de todo pelo y condición, pero es la primera vez que veo un detective que se ha sacado el título por correspondencia (“CCCC eso son muchas cés” –lo siento tenía que meter La Hora Chanante–) acompañado por una joven religiosa evangélica que, según cuentan está buena y es sensual aparte de dársele bastante bien el negocio detectivesco.
Todo, como buena novela negra, inmerso en la realidad y problemática social del lugar (sin ir más lejos el Tira, que así se llama el hombre, es detective porque se quedó sin su curro en la mina y resolver crímenes era su pasión secreta) y aderezado con unos diálogos con pullitas y piques sobre la religión, el correcto proceder, la moral humana y sentencias bíblicas, que le van que ni pintada a la trama.
La acción constante a la que se refería Chandler en su cita, es aquí el diálogo que mantienen estos dos durante toda la novela. Los avances que hacen son lentos e incluso torpes pero la tensión se mantiene durante todo el relato. Queremos encontrar al violador tanto como ellos y vamos dando los mismos palos de ciego que ellos. Al fin y al cabo este es el primer caso de la hermana y el primer crimen del Tira ya que, hasta ahora entonces había sido uno de esos detectives que se dedican a demostrar con fotos las infidelidades conyugales. Así pues, estamos tan pez como ellos.
Los tres tercios de La muerte es una vieja historia son un aire nuevo en este género. Un libro bien narrado, original en muchos aspectos, con sus dosis de humor, misterio y toque macabro, y un final que cada lector es libre de interpretar.
Es casi seguro que este sea el origen de otra saga policiaca. Yo así lo espero. Letelier se ha lucido en su primera incursión en el género y tendrá mi apoyo si decide contarnos más aventuras de esta nueva extraña pareja.