Os tengo que avisar desde el principio: con este libro no puedo ser imparcial. No puedo porque el escritor Francis Scott Fitzgerald es uno de mis preferidos y siempre he tenido una conexión especial con él, así que cuando leo sobre él no puedo ser muy objetiva porque tengo esa tara. Qué le vamos a hacer, podría haber sido peor. Pero, ¿sabéis qué? Tampoco tengo necesidad de mentiros porque este libro, La muerte de la mariposa, me ha fascinado por sí solo. La forma de escribir de su autor, Pietro Citati, me ha dejado del revés. ¿Sabéis esos libros en los que no podéis dejar de subrayar líneas y líneas? Pues así. Estoy completamente maravillada por este libro, lectores.
Pietro Citati es uno de los escritores italianos de mayor prestigio. Ha escrito, sobre todo, numerosas y maravillosas biografías de autores como Goethe, Kafka o Tolstói. Se nota que las biografías son su terreno, pues las impregna de objetividad y belleza. Al menos es lo que ha hecho en este libro.
La muerte de la mariposa no es una biografía al uso del escritor Francis Scott Fitzgerald, en este pequeño pero intenso libro, Citati se centra en narrar el esplendor y la caída de la pareja formada por Fitzgerald y Zelda Sayre. Sin duda, fueron una de las parejas más conocidas y exitosas de la década de los años treinta, pero su relación, a pesar de ser pura y hermosa, tuvo demasiadas luces y sombras.
Pero, ¿por qué Citati llama “mariposa” a Fitzgerald? Porque Hemingway escribió sobre él: “Scott Fitzgerald (…) tenía aún la técnica y el espíritu romántico para hacer cualquier cosa, pero desde hacía mucho tiempo todo el polvo había desaparecido del ala de la mariposa, aunque el ala continuó batiendo hasta su muerte”.
Son unas palabras preciosas y creo que también son muy precisas, aunque en otras cosas esté en desacuerdo con Hemingway, creo que está apreciación sobre el Fitzgerald de sus últimos días es de las más certeras.
Y es que la caída de Fitzgerald fue dura. Su mujer, Zelda, a quien sólo él supo comprender, pasó medio vida internada en clínicas psiquiátricas debido a su esquizofrenia. Y su vínculo de amor, aunque nunca dejó de existir, fue deteriorándose hasta el punto de acabar con el propio Fitzgerald. Él, que ansiaba la fama, que quería ser el escritor perfecto con una vida perfecta diga de admiración y que lo fue sin duda, al menos en algún momento de su vida, vio su mundo desmoronarse mientras él se aferraba a una botella de alcohol.
Quizá Zelda no tuvo nada que ver con esta caída y el propio escritor estaba condenándose con su alcoholismo y sus ansias de perfección. O quizá ambos se necesitaron para existir y dejar de ser poco a poco, ella sufriendo su enfermedad mental y él castigándose a sí mismo. Pocos días antes de morir, Fitzgerald le escribió a su hija: “los enfermos mentales son simples invitados en la tierra, eternos extranjeros que llevan consigo decálogos rotos que no saben leer”. La mariposa supo leer muy bien a Zelda, “la reina de las mariposas que necesita protección de su marido, porque únicamente a través de él el mundo le resultaba visible y palpable”.
Y es que, como bien dice Citati en La muerte de la mariposa: “eran la misma persona con dos corazones y dos cabezas; y esos corazones y esas cabezas se volvían apasionadamente el uno hacia el otro, el uno contra el otro, hasta arder en una única hoguera”.
Se amaron, cayeron y ardieron. Y esa es, en esencia, la descripción de esta envidiada pareja. Pero también es mucho más y Citati lo demuestra en este precioso libro.
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