Casi todos los días, la mujer de la falda violeta compra su bollo de crema y baja al parque. Se sienta en el mismo banco y come con deleite mientras los niños, para los que es toda una atracción, juegan a ver quién es el valiente que se acerca a tocarla fugazmente y luego salir corriendo. Desde lejos su apariencia engaña, podría pasar por una adolescente, pero de cerca las manchas de su piel y su pelo un poco grasiento denotan que es una mujer madura. Por lo demás, resulta todo un enigma. ¿No tiene amigas? ¿A qué se dedica? ¿Cómo se las arregla para pasar completamente inadvertida y, a la vez, para que todo el mundo en el barrio conozca de su existencia?
Peculiar, intrigante y muy original, La mujer de la falda violeta es el último premio Akutagawa que llega a nuestras estanterías, después de La dependienta, lo firma también una escritora nacida a caballo entre los setenta y los ochenta y ahonda en temas similares, como la envidia, el acoso en el mundo laboral y la vulnerabilidad social de las mujeres solteras en Japón. Lo hace partiendo de una manera simple de contar, sin adornos, con un aire de cuento infantil que se combina con un ejercicio de equilibrismo narrativo. Porque en vez de quedar en manos de una voz neutra, omnisciente, la historia la cuenta “la mujer de la rebeca amarilla”, una vecina obsesionada que moverá todos los hilos a su alcance para descubrir los secretos de la mujer de la falda violeta, llegando incluso a conseguir que el hotel en el que trabaja la contrate para la limpieza. Sin embargo, todo se acabará desarrollando de una manera más siniestra que la que ella espera. O no…
Natsuko Imamura sabe jugar con el humor, siempre con ese toque japonés que tiende hacia lo grotesco, y cada pocas páginas se van sucediendo situaciones graciosas que dan por momentos la impresión de pertenecer a una comedia de enredo. El jefe del hotel, las compañeras de trabajo, las vecinas e incluso los niños aparecen caricaturizados la mayor parte del tiempo (el jefe es mujeriego, las compañeras y las vecinas, chismosas, los niños repelentes). Esto hace el texto bastante ligero, y uno puede dejar llevar con una sonrisa en la boca durante casi toda la lectura. Sin duda, La mujer de la falda violeta cumple con algo tan deseable como mantenernos enganchados y curiosos hasta el final, cuando todo desemboca en un último acto un tanto caótico e inesperado (alerta spoiler), que desilusionará a quienes esperaran un cierre perfecto y solo hará las delicias de los aficionados a los finales extraños a múltiples interpretaciones.
Más allá de lo que se aprecia en superficie y del hecho de que no gustará a todo tipo de lectores, La mujer de la falda violeta consigue poner de manifiesto la diferencia entre las solitarias protagonistas, la mujer que narra y la que es narrada, y aquellos que las rodean, dando pie a una reflexión algo más profunda sobre las razones de su aislamiento y la crueldad a la que se tienen que enfrentar. El mérito de conjugar esta fina crítica con una trama tan curiosa hace que, a pesar de la sensación de extrañeza con la que se termina, con el paso de los días se aprecie más y más el poso que deja.
La mujer de la falda violeta, de Natsuko Imamura
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