La mujer es una isla, de Audur Ava Ólafsdóttir
En la literatura, los viajes siempre han sido motivo de novelas, ensayos, discursos. Desde “La Odisea” de Homero, hasta esta última historia que nos trae Alfaguara, podría decirse que los viajes son una imagen perfecta para entender al ser humano. En ellos, podemos encontrarnos con alguien que huye o que busca algo, alguien que deja un pasado atrás o que busca un futuro que no sabe si encontrará a través de carreteras, cielos o montañas por las que recorrer su diminuto cuerpo. Pero, lo más importante que nos enseñan los viajes en la literatura, es ese mundo interior que se traduce en cada una de las letras y que nos proporcionan a los lectores una historia inolvidable. ¿Por qué os hablo de los viajes? Porque estamos a punto de embarcarnos en uno que va a cambiar la vida de una protagonista que podría ser cualquiera de nosotros y que hará que descubramos lo que realmente importa. Porque, ¿cuándo todo el mundo que conocías se tambalea, quién te dice que no es indispensable salir, ver otro paisaje, tomar perspectiva, y entender que el viaje más importante no es el que se hace a cualquier parte del mundo, sino el viaje que hacemos hacia nuestro interior?
La protagonista de esta historia se ve, de la noche a la mañana, sin marido. Abandonada por otra más joven, decide emprender un viaje acompañada de un niño pequeño sordo, dos premios de lotería recién ganados, y un paisaje que, en su recorrido luchando contra las agujas del reloj, le descubrirá qué es su vida, cómo va a cambiar, y todo lo que puede encontrar en su camino de huida.
Conocer a los autores debería ser obligatorio para los lectores. Yo, sin ir más lejos, desconocía la prosa de Audur Ava Ólafsdótiir. ¿Quién es? Aquella autora que descubrió el éxito editorial con su “Rosa Cándida”. Y supongo que no me había atrevido a meterme de lleno en sus historias, por un prejuicio tan absurdo como que aquellos autores que venían del frío más absoluto estaban empezando a saturarme. ¿Qué consecuencias tiene ese error? Haberme perdido, en su momento, una de esas historias que marca un principio, pero te llevan a otro final. La protagonista de la historia que se narra en “La mujer es una isla” sabe conectar con nosotros por una razón en concreto: cualquier de los que me leéis os podéis ver inmersos en un momento de la vida en que una pequñea crisis existencial hace acto de presencia. A mí siempre me gustaron los viajes, me inspiran un sentimiento de cierre con etapas anteriores, y cada uno de los viajes que he realizado se han convertido, en el futuro, en esa pieza clave para encontrar mi sitio en el mundo. ¿Qué sucede con esta historia? Eso mismo. A través de una forma de escribir sencilla, entremezclando la ironía, el humor negro, el humor más blanco, con reflexiones llenas de sentido, nos acercamos al mundo de una mujer de la que no conocemos el nombre, pero que se enfrenta a sí misma en un contexto que hace todo lo posible por tragarla hacia sus entrañas. Esa es la fuerza de esta historia que, como si de islas nos tratásemos, nos vemos rodeando nuestra vida a través de las letras que forman esta novela.
Es curioso cómo últimamente, todas aquellas novelas que publica Alfaguara se han convertido en piezas claves en mi vida. Todas aquellas historias que he ido acumulando en mi haber, en mi existencia, han caído en mis manos en momentos concretos, en momentos cruciales, que me han ayudado a ver un poco más allá de lo que podía hacer hasta el momento. La novela de Audur Ava Ólafsdóttir puede confundirse con una novela romántica más, si no fuera porque dentro de su argumento, se encierran enseñanzas propias de las novelas más clásicas que nos llegan de improviso, pero llaman a la puerta para quedarse, como un invitado al que no esperásemos, pero que es siempre bienvenido a nuestra mesa. Sepan que la vida de un libro tiene sus tiempos. Quizá las historias, en las librerías, no vivan eternamente. Puede que ese honor sólo les es dado a algunos autores o a algunas historias que han pasado de generación en generación. Pero lo que está claro es que, para mí, hay algo que hace que “La mujer es una isla” provoque esa sensación de eternidad de la que hablaba hace unas líneas. Puede ser su universalidad, la capacidad de traducir a un idioma lo que todos sentimos alguna vez, o puede que simplemente sea que la isla, como la mujer de la novela, en realidad es la vida que todos intentamos llevar, y viajamos una y otra vez para llevarla a cabo.
Y es que, cuando las historias se clavan, suavemente, como las espinas de una rosa se pueden clavar en las yemas de los dedos, no hay razón para no recomendarlas, sino todo lo contrario.