«La representación del mundo, como el mismo mundo, es obra de los hombres; ellos lo describen desde su propio punto de vista, que confunden con la verdad absoluta». Con esta cita de Simone de Beauvoir comienza La mujer invisible, de Caroline Criado Perez, un ensayo que analiza el sesgo de género que hay en los datos que se nos presentan como neutros y objetivos.
En el prefacio, Caroline Criado Perez deja claro que este olvido de las necesidades y características propias de las mujeres no es deliberado ni malintencionado. Esto no va de que los hombres sean malos malísimos y lo hagan todo para fastidiarnos y someternos, sino de los prejuicios que tanto ellos como nosotras tenemos tan interiorizados que ni nos percatamos cuando caemos en ellos. Por eso, al recopilar datos y tomar decisiones, se pasan por alto las evidencias que los desmienten, y se acaban perpetuando viejas injusticias sin darnos cuenta.
Asumimos como normales cosas que no lo son. Que las colas de los aseos femeninos siempre sean el doble de largas que las de los masculinos; que las mujeres vayan con una mantita a la oficina porque se mueren de frío; que conduzcan pegadas al volante para poder llegar a los pedales… Pero todos estos inconvenientes cotidianos se deben a que los datos para decidir el número de urinarios, la temperatura de la oficina o la separación del asiento se basan en parámetros masculinos. El ser humano estándar es un hombre caucásico de entre veinticinco y treinta años y de setenta kilos. Cuanto más se difiera de ese modelo, más problemas.
Percibimos lo masculino como lo universal y lo femenino como una desviación, hasta el punto de que a la mitad de la humanidad se nos considera una minoría y se nos anima a que nos ajustemos a lo «normal», es decir, a los masculino.
«Las películas, las noticias, la literatura, la ciencia, la planificación urbana, la economía. Las historias que nos contamos sobre nuestro pasado, presente y futuro. Todo está marcado —o desfigurado— con una “presencia ausente” con forma femenina. Es lo que se llama la brecha de datos de género», afirma Caroline Perez Criado. Y para demostrar lo peligrosa que llega a ser esta brecha, ha divido La mujer invisible en cinco partes: «La vida cotidiana», «El lugar de trabajo», «El diseño», «Ir al médico», «La vida pública», «Cuando las cosas van mal». En cada una de ellas, enumera estudios, estadísticas e historias personales. Y es inevitable abrir la boca de sorpresa, incluso de estupefacción, al tomar conciencia de la cantidad de aspectos en los que se obvian las especificidades femeninas y lo dramáticas que pueden ser las consecuencias: mayor pobreza, enfermedades y hasta muerte.
La mujer invisible no es, ni mucho menos, un libro alarmista (que nadie extraiga esa conclusión por la frase anterior, por favor). En realidad, es una llamada al cambio, a dejar de desvirtuar la imagen de las mujeres y tener en cuenta su mirada a la hora de configurar el mundo. Caroline Perez Criado, además de evidenciar que lo que tomamos como objetivo y neutro no lo es, propone alternativas para solucionarlo. Alternativas que no solo serían más justas para ese cincuenta por ciento de la población, sino que beneficiarían a la economía en general. Todo ventajas.
Por todo ello, La mujer invisible ha sido galardonado con el Premio de la Royal Society al mejor libro de ciencia de 2019. Espero que no quede en un simple reconocimiento al análisis certero de la autora y, más pronto que tarde, se aplique a la realidad.