La mujer que vivió un año en la cama

La mujer que vivió un año en la cama, de Sue Townsend

La mujer que vivio un año en la camaTe levantas. Vas al baño. Te miras al espejo y te lavas la cara para despertarte. El café te llama desde la cocina. Vas y lo tomas. Te sientas, esperas un rato, y vas al trabajo. Haces el mismo camino cada día. Hoy no te tocaba llevar a los niños. Trabajas. Tienes un trato de descanso y lo aprovechas para comer. Sigues trabajando. Sales y te vuelves a casa. Haces la cena, esperas a tu marido, cenáis juntos, llevas a los niños a la cama, les dejas descansando. Te vas a tu cama. Es tarde, y el despertador no perdona. Empiezas a dormirte. Caes profundamente. Y después, vuelves a levantarte. ¿Os suena? La mayoría de nosotros vivimos una rutina que, más que rutina, parece un día de la marmota eterno en el que siempre se hace las mismas cosas, vemos a las mismas personas, y nada nuevo sucede. Pero, ¿y si un buen día decidiéramos que ya está bien, que nos plantamos, que nos metemos en la cama y ya no salimos de ella pase lo que pase? La mujer que vivió un año en la cama es el enemigo perfecto contra la rutina, pero también el enemigo perfecto contra el mal humor. Una píldora que se puede tomar debajo de las sábanas o en cualquier momento, siempre que sepas lo que guarda en su interior. Y para eso estamos aquí.

Eva decide un buen día que ya basta, que ya ha tenido suficiente del mundo y se mete en la cama. No está deprimida, no está teniendo una crisis. Simplemente quiere descansar. Pero esa decisión va a trastocar toda su vida y la de la gente que la rodea.

Cuando empecé esta novela me froté las manos de gusto. En su primer capítulo ya se intuye la mala leche que Sue Townsend ha impreso en su historia. Un humor negro que no va a gustar a algunos, pero que a mí me encanta porque, en algunas ocasiones, lo poseo en cantidades ingentes. Pero si hubo algo que me llamó la atención mucho antes de abrir el libro es la frase que lo acompaña: “Reí hasta que lloré”. Todo el mundo que me había hablado de La mujer que vivió un año en la cama me decía que era divertido, que las risas estaban aseguradas, así que asumí para mis adentros que el verbo llorar de aquella frase se refería a que era de felicidad. Pero, aunque caiga con ello algunas de las ilusiones que hayáis puesto en este libro, la verdad es que, en ocasiones, no es gracioso, casi diría que es triste, porque te das cuenta que lo que estás leyendo es una desgracia, contada con sorna y mala leche, eso es cierto, pero es triste al fin y al cabo. Unos hijos superdotados que no tratan bien a su madre, un marido que es infiel a su mujer, una madre y una suegra que se meten donde no las llaman, en fin, puede que eso sea el día a día en nuestro mundo, pero a mí me sorprendió que todas estas historias confluyeran en una misma historia. Y que conste que no digo con esto que sea un libro dramático en un sentido de plañidera griega. Para nada. Por momentos, me veía dibujando una sonrisa en los labios porque, como ya he dicho antes, el humor más negro que me haya encontrado en un libro impregna muchas de las páginas que esta historia contiene. Entonces, ¿es un libro alegre que me va a hacer reír, o es un libro triste que me va a hacer llorar?

La respuesta a esta última pregunta dependerá de cada lector. Unos, entre los que me encuentro, verán la carcajada que puede esconderse tras tantas situaciones surrealistas. Otros, entenderán que a Sue Townsend se le ha ido la olla y que nos ha querido vender un tragicomedia y se le fue la medicación. El caso es que, seamos el tipo de lector que seamos, La mujer que vivió un año en la cama sorprende a propios y extraños. No es un libro corriente, no es una historia que se pueda leer todos los días, y eso, aunque pueda parecer una nimiedad, no lo es en absoluto, porque de lo que se trata es de tener novelas nuevas que llevarnos a los ojos y con las que descubramos que no está todo contado. Sin duda, este es uno de esos casos, pero hay que reconocer lo evidente: hay que andarse con pies de plomo. Mis expectativas con este libro se resumían en que me iba a encontrar un libro lleno de risas. Y el humor me gusta, casi diría que me encanta, pero siendo todo lo fiel que puedo a las opiniones que vierto aquí, la verdad es que estamos ante un libro que mezcla el drama y la comedia de una forma extraña, que no quiere decir negativa, porque cuando uno lee lo que sucede sí, se da cuenta que se está riendo, pero un segundo después se da cuenta que joder, que lo que está contando es un dramón, de esos de la vieja escuela, pero que qué narices, hasta en el drama puede haber sonrisas que regalar. ¿Veis? Extraño. Pero aunque sea así, en realidad es una de esas historias que te sorprenden, y hoy en día la sorpresa, aunque lo neguemos, es algo que no se ve todos los días.

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