Uno no puede creer que un libro como este se haya escrito en la actualidad. No por temática sino porque está escrito de una forma y además trata un tema que recuerdan a los libros que leíamos de pequeños, cuando nos iniciábamos en esto del leer “por nuestra cuenta”. Libros antiguos de historias que ocurrían hace uno, dos, tres siglos, y éramos conscientes de ello y a la vez era eso parte de su encanto, al descubrir en sus páginas la manera en la que la gente “antigua” vivía sin electricidad, sin coches, móviles, frigoríficos y cámaras de fotos.
Además, en esas tempranas lecturas (aunque los títulos no lo eran) también abundaban, en mi caso, aquellos en los que la trama contaba la ansiada consecución del crimen perfecto. Siempre había un malvado, acomodado en la mayoría de los casos que (al no haber televisión, playstation, internet o móviles y haberse leído todos los libros, la burguesía y la nobleza caían en el tedio más soporífero, cosa que había que evitar a toda costa no fueran a coger un mal de humores), se esforzaba en ejecutar el famoso hito de la perfección criminal.
Pues esas mismas sensaciones, las de volver a leer algo de lo que disfruté leyendo en mi infancia/adolescencia, es lo que he sentido leyendo La musa oscura.
Y cualquiera podría creer, decía antes, que se trata de un libro con solera, pero lo cierto es que Armin Öhri nació en 1978 y el libro se escribió hará un par de años.
Tampoco sabía que iba a seguir una estructura decimonónica cuando las primeras frases, las que me decidieron a leer este libro, comenzaban así:
“El día de su asesinato empezó par Lene Kulm de la forma habitual. Aquel 12 de julo de 1865 durmió hasta las once y después se encaminó hacia el matadero, donde hasta bien entrada la tarde se encargaba de recoger los huesos y los tendones inservibles de los cerdos y las vacas sacrificados y los tiraba a enormes cubas de hierro. El trabajo era desagradable y estaba mal pagado, pero nadie le disputaba el puesto y necesitaba el dinero para pagar el alquiler”.
¿Te llaman, verdad? Como el canto de la sirena. Es inevitable. Los comienzos de libro son fundamentales y ahora mismo estás deseando saber más de Lene. ¿Quién la mató? ¿Por qué? ¿Qué más hacía con su vida? ¿Había hecho algo para merecer morir?
No destripo mucho si cuento lo que pasó, pero, igualmente, no lo voy a contar. Tan solo diré que estamos en Berlín en 1865 y que, aunque ya empieza a usarse la fotografía, las escenas de crímenes son abocetadas por dibujantes. Y eso es Julius. Un estudiante de Derecho con gran talento para el dibujo que se gana unas perras ilustrando los escenarios del CSI de la época. Una de estas escenas es la de Lene y todo parece señalar como perpetrador del crimen a un profesor de filosofía bastante pagado de sí mismo. Sin embargo, sin arma, móvil y sin pruebas (la policía torpemente se ha cargado algunas) se hace complejo demostrar la culpabilidad del profesor.
Básicamente este es el argumento, pero tal vez mejor que lo que nos cuenta, sea el cómo; la estupenda ambientación que Öhri recrea. El hecho de situar la narración en tiempos viejunos, rememorar nuestras primeras lecturas y aprender también otras cosas, –que no puedo asegurar que sean del todo ciertas aunque me inclino a creer que sí– dotan de gran verismo a la novela, añadiéndole también la categoría de ameno documento testimonial. Sirvan de ejemplo cosas como la “ley del rapto” o el uso de dibujantes para recrear desnudos pornográficos para uso particular como si del Playboy de la época se tratara.
También quiero resaltar en esta kriminalroman el modo de resolver el “enigma”. No olvidemos que, al fin y al cabo, esta es una novela de detectives y, como en muchos otros libros del género, el diablo está en los detalles, y es en ellos en donde reside la clave de La musa oscura. Detalles tanto en lo argumental, como en la prosa.
Por último diré que aparecen personajes históricos (que yo desconocía) y que este parece ser el inicio de una serie que tendrá como protagonista a Julius Bentheim.
Muy recomendable.
“…quiero atenerme a la afirmación, formulada por Aristóteles, en base a la cual un asesinato es perfecto cuando no puede apresarse al asesino.”