La nave de los muertos, de B. Traven
Una historia a veces dura, a veces cargada de optimismo y vitalidad, que reivindica el valor de la libertad del individuo frente a la sociedad y el Estado.
Si alguna vez les ha sucedido algo parecido, coincidirán conmigo en que perder la documentación es algo muy desagradable. Y no sólo por el terrible engorro que supone ponerse en manos de la implacable maquinaria burocrática que mueve cualquier país, sino también porque mientras estamos indocumentados nos sentimos desvalidos y, a la vez, culpables de algún oscuro delito; tan profundamente hemos asumido el derecho del Estado a controlar nuestras vidas.
Por supuesto, sabemos que tras unas cuantas tediosas gestiones volveremos a tener todos los papeles en regla, pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si al extraviar el documento de identidad o el pasaporte pasáramos sin remedio a engrosar las filas de los ilegales, de los desheredados, de los no-ciudadanos?
Hoy tenemos la certeza de que algo así no puede suceder: cientos, miles de archivos y bases de datos interconectadas garantizan, para bien y para mal, para protegernos y para vigilarnos, que somos quienes somos aunque no tengamos un carnet en la cartera para demostrarlo.
Pero no siempre ha sido así: estamos en los años veinte del pasado siglo y el barco de Gerard Gales, marinero norteamericano, ha zarpado sin él –su noche de juerga en el puerto de Amberes se alargó demasiado– llevándose todas sus pertenencias, incluido el pasaporte y la tarjeta de marinero. De repente, el protagonista de La nave de los muertos ha pasado de ser un honrado trabajador con papeles a un paria que, para su desesperación, ni siquiera puede demostrar cuál es su nacionalidad.
Nadie mejor para escribir la historia de un marino que desaparece del mundo de los ciudadanos con derechos y se convierte en una sombra, en un fantasma, que B. Traven. Porque, ¿quién es B. Traven? Nadie lo sabe con certeza, a pesar de haber escrito una decena de novelas, entre ellas alguna tan popular como El tesoro de Sierra Madre, llevada al cine por John Huston.
El escritor en lengua alemana afincado en México B. Traven podría ser Bernhard (o Bruno) Traven, un presunto hijo natural del Kaiser Guillermo II nacionalizado mexicano, o quizá un mexicano (o un estadounidense) de ascendencia alemana, o danesa. Puede que se trate del pseudónimo literario del marinero alemán Albert Otto Max Feige, o del científico y explorador noruego T. Torsvan, o incluso de su propio agente literario, Hal Croves.
Hay quien sostiene que B. Traven fue en realidad Ret Marut, actor, poeta y cofundador de la República Soviética de Baviera, una efímera revolución de corte anarquista que logró declarar la independencia de Baviera tras la Primera Guerra Mundial y crear una república independiente en el corazón de Alemania. Tras seis meses de un gobierno anarquista en el que participaron numerosos artistas e intelectuales, la república bávara fue brutalmente aplastada por el ejército. Ret Marut, condenado a muerte por las autoridades alemanas, huyó a México y su pista se perdió para siempre.
En realidad no se puede afrimar que B. Traven sea uno de esos “escritores invisibles”, como Salinger o Pynchon. Personaje bien conocido en el ambiente artístico de Ciudad de México, amigo de Diego Rivera y Frida Kahlo, fue el propio Traven quien, celoso de su intimidad y obsesionado por la idea de que sus libros debían hablar por sí mismos, se encargó de difundir decenas de versiones distintas y contradictorias sobre su identidad y su pasado.
Pero habíamos dejado a Gales –que bien podría ser una identidad más a añadir a la colección de B. Traven– en el puerto de Amberes, contemplando perplejo desde el muelle como el Tuscaloosa, su barco, se alejaba hacia el horizonte llevándose sus papeles, su identidad y sus derechos.
Comienza entonces para el marinero Gales un vertiginoso descenso a las simas más profundas de la sociedad, a los rincones que el Estado no ilumina con su luz, tan cegadora cuando le interesa. Ningún país tiene sitio para un vagabundo indocumentado y, en cambio, a todos les sobran policías para hacer cumplir su política de extranjería, así que Gales, sin dar crédito a lo que le está sucediendo, inicia su particular viacrucis de expulsiones, pasos ilegales de fronteras, detenciones, humillaciones en el consulado… hasta que termina por embarcarse en La nave de los muertos –en una de tantas, infinidad de ellas surcan los mares–. Una “nave de los muertos” es un barco sin papeles, con una tripulación formada por excluidos, indocumentados y fugitivos de la ley, dedicado al transporte de mercancías no siempre legales. En su interior, delincuentes de toda ralea y perdedores abandonados a su suerte por la sociedad se desloman de sol a sol en esos ataúdes flotantes en condiciones de trabajo miserables a cambio de un exiguo salario por la sencilla razón de que no tienen otro sitio a donde ir.
Si todo en esta vida tiene dos caras, como las monedas, La nave de los muertos de Traven es la cruz, burlona e insolente, de las novelas de Joseph Conrad. No vamos a encontrar aquí romanticismo ni épica, sino ironía y realismo. No hay héroes ni intrépidos aventureros en este barco, sólo trabajo duro, sufrimiento y desesperanza.
“Hace mucho que el romanticismo de las historias de marineros ha quedado atrás. Por otra parte, en mi opinión, ese romanticismo jamás existió ni en los veleros ni en el mar. Era un sentimiento que se encontraba únicamente en la fantasía del escritor que creaba las historias.”
Directo a la línea de flotación de Conrad. Y no es ésta la única andanada; de un modo a veces sutil, a veces evidente, el polaco está presente a lo largo de toda la novela en más de una forma.
Pero Gales, a pesar de todas las injusticias de las que es objeto y de todo lo que le toca padecer a lo largo de la novela, no desespera ni se rinde. Ni siquiera pierde su dignidad ni su particular optimismo, incombustible incluso en esa sala de calderas que haría palidecer a más de un círculo del Infierno de Dante. Para él lo más importante es su libertad y, mientras no se vea obligado a doblegarse, es capaz de soportar cualquier penuria y de hacerlo con orgullo.
Esa fijación por la libertad de su protagonista convierte por momentos a La nave de los muertos en un alegato anarquista (hablo de la anarquía como opción personal, no como sistema político), en una defensa a ultranza los derechos del individuo frente al Estado, en una reivindicación de la vida errante y despreocupada. En definitiva, a pesar de su carga de protesta y de crítica social, las bodegas de La nave de los muertos transportan una historia vital y emotiva sobre el valor de la libertad, sobre lo superfluo y lo necesario.
B. Traven huyó de la popularidad para que sus libros hablasen por sí mismos. La nave de los muertos nos cuenta que es más importante manejar uno mismo el timón que dirigirse a buen puerto, y lo hace alto y claro, con una voz honesta en la que se mezclan la ironía, el optimismo y la pasión por la libertad.
Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
Hola:
Aunque parezca un tema que quedó pasado de moda, es interesante que un libro nos trasporte a esos tiempos en que la falta de papeles sí nos convertía en un don nadie; si viera este libro en una librería no lo compraría, pero por suerte existen las excelentes reseñas que uno encuentra en LyL.
Me gustó mucho la expresión “ataudes flotantes”
Mis saludos,
Roberto
Excelente reseña, Javi!
Pasa que después de leerlas, uno quiere leer estos libros.
Si siguiera tus lecturas, mi biblioteca no tendría espacio para más libros jajaja.
Afortunadamente, esos tiempos los dejamos atrás. Pero me has dejado con las ganas de saber más de Gerard Gales, así que voy a tener que buscar esta novela.
Saludos!!!
Hola, Roberto. Aunque hayamos superado el tiempo en que los papeles eran la garantía de nuestra identidad “La nave de los muertos”, aparte de narrar una apasionante aventura, contiene una interesante reflexión sobre el poder del Estado sobre el individuo que es de lo más actual. Gracias por tu comentario.
Bueno, Rosario, el mérito es del libro, no de la reseña. Y no desesperes, siempre puedes ampliar la librería, jaja. Gracias por tu comentario y saludos.
Quizá nosotros hayamos dejado esos tiempos atrás (y digo quizá porque mi sensación es que cada día estamos más controlados), pero hay muchas partes del mundo donde esta historia podría suceder hoy. Gracias por tu comentario, Margarita.
Siempre he pensado que las mejores novelas surgen de ideas sencillas, como la de un hombre sin pasaporte
¡Cuanta razón tienes, Miguel! Y más en estos tiempos de novelas con argumentos complejísimos, conspiraciones milenarias, sagas interminables…
Gracias por tu comentario.
Que verdad! ¿Somos alguien por lo que dicen nuestros documentos o somos porque existimos? Cuanto más avanza una sociedad más parte le cedemos de privacidad y por ende de libertad personal.
EL libro habla de la libertad , pero no de la libertad burguesa o del modo en cómo la conciben los anglosajones. En el fondo expone al sujeto ante los totalitarismos tanto de derecha como de izquierda y lo que piensan estos de hombres sin rumbo ni objetivos. Cuando se refiere a los Comunistas es más flexible el personaje a expresar dureza o radicalidad. Yo creo que tiene más sentido del humor que ironía. En el fondo puede ser una exposición de ideas acerca del destino que le aguarda a un sujeto con su despolitiazación e indiferencia , mas que canto al sentido de la libertad.