Reseña del libro “La niña lectora”, de Manuel Rivas y Susana Suniaga
Siempre quise escribir como Manuel Rivas. Cuando leí El lápiz del carpintero o ¿Qué me quieres, amor?, por citar los dos primeros que me vienen a la cabeza, y que seguramente fueron los dos primeros que leí de él, solo podía pensar en eso. En apropiarme de su estilo, de su voz. En robarle como un vulgar ladronzuelo, y en defenderme, si acaso era descubierto (cosa que para que se diera, como mínimo tendría que haberme publicado alguna editorial…), que no era un robo, sino un homenaje. En contar las cosas normales de la vida, las cosas que suceden porque tienen que suceder y que no son importantes, sino meros episodios breves dentro de la existencia de unos personajes que se podían palpar y sentir con absoluta certeza.
En La niña lectora esa sensación no me ha acompañado. No digo que los personajes no sean reales ni capaces de conmover ni que no lo haga lo que aquí se cuenta. Tan solo apunto que me ha parecido notar un cambio en esa voz que tanto admiraba de joven. Un cambio que no logro identificar en dónde se ha producido. Tal vez sea por tratarse de un drama con tintes dickensianos, alejados temporalmente de las narraciones ambientadas en el presente, o puede que no tenga nada que ver. En cualquier caso, un cambio de estilo que no desmerece para nada el aspecto general de la obra, aunque a mí me haya descolocado algo.
Es esta una lectura que agradará a varios tipos de lectores: a los niños, por su estructura de cuento breve; a los mayores, que pueden reconocer una época ya pasada; y a las mujeres, y más concretamente a las mujeres coruñesas de las fábricas de tabaco y cerillas a las que este sencillo, pero importante libro, está dedicado.
La niña lectora cuenta en primera persona la historia de Nonó, la hija de la cerillera Leonor y del trapero Helenio. La familia se completa con su hermano Liberto, que ayudaba al padre, y con dos hermanas gemelas, Idea y Sol, a las que cuidaba Nonó. Ah, y el burro Sócrates y el perro Darwin, también.
Por circunstancias que no hace falta destripar, Nonó irá a la escuela con la apariencia de un hombrecito, ya que no había aula para niñas, donde acabará de aprender a leer. Y digo acabará pues las primeras letras se las había enseñado su hermano.
Eran tiempos en los que las fábricas no tenían ventilación y la tuberculosis era mortal. A la madre de Nonó se le diagnosticó de esta y Nonó le leía novelas todos los días para que “viviera muchas vidas” mientras la pobre mujer escondía el pañuelo manchado de sangre cada vez que tosía.
Finalmente, una vez fallecida su madre, Nonó emuló a la Amparo de La Tribuna de Emilia Pardo Bazán y se dedicó a leer en voz alta novelas mientras las cigarreras compañeras de su madre en A Fábrica se afanaban en su trabajo.
Básicamente esta es la trama de este libro ilustrado. Escrito de forma directa, sin rodeos ni metáforas, de manera íntima, como contada al oído o en confesión, pero sin la vergüenza propia de esta porque no hay motivo ni cabida aquí para ella.
La niña lectora, se lee rápido y con interés porque nos engancha la tragedia que Nonó nos cuenta, su vida, tan cercana, familiar y reconocible, pero tan lejana en el tiempo a la vez, configura un libro cuidado tanto en forma como en contenido, con un final que podría calificarse de feliz.
Un canto a la educación, la cultura, los libros y la lectura al alcance de todos, cuando el acceso al conocimiento era privilegio de las élites.