“El camino más corto entre dos puntos es la línea recta”. Este principio geométrico básico formulado por Aristóteles ha sido utilizado en infinidad de ocasiones entre los escritores de novela negra para configurar sus historias. Una trama ágil, un ritmo rápido y directo, y pocas florituras en el uso del lenguaje garantizan, en muchas ocasiones, una buena historia dispuesta a satisfacer a muchos amantes del género. Sin embargo, hay otros escritores que gustan más de la cocción lenta. Que disfrutan con las revueltas, los caminos sinuosos y los senderos poco transitados. Y entre los escritores de novela negra en España, Jordi Ledesma se maneja a las mil maravillas dentro del segundo grupo. La noche sin memoria es su cuarta novela, y repite muchos patrones que tan bien le funcionaron en su anterior novela, Lo que nos queda de la muerte, ganadora del Novelpol y el Pata Negra en 2017.
En esta ocasión, el escritor tarraconense ficciona, basándose en hechos que fueron reales, las desapariciones de Luda Petrova, rusa con pasado trágico, y Pinilla, drogadicto homosexual sin oficio ni beneficio. ¿El mayor pecado de ambos?, cruzarse en el camino de una adinerada familia que resuelve todo sin ningún tipo de escrúpulos. El narrador, un escritor de baja estofa, nos traslada a ese pueblo pesquero sin nombre, a pocos kilómetros de la capital de provincia y que bien podría ser el Cambrils donde vive actualmente Ledesma, para contarnos la investigación que lleva a cabo años después de la noche (sin memoria) de autos.
Esta novela toma la voz de un narrador omnisciente del que no conocemos el nombre, sin bien es verdad que solo dos personajes de la novela, Luda y Pinilla, tienen el privilegio de llevar un nombre o apellido que les signifique. Del resto de personajes solo sabremos su profesión, su mote o su parentesco. Esta empieza a ser otra seña de identidad del autor, para el que localizar lugares o personas es algo accesorio, pues bien sabe que lo que ocurre en sus libros no es algo endémico de una región o característico de unos pocos individuos.
Nuestro narrador irá enseñándonos los bajos fondos del pueblo y de los habitantes, demostrando la degradación a la que muchos se ven sometidos, sin importar la clase social. La pluma de Ledesma hace hincapié en las diferencias de estatus, esas que tanto se acentúan cuando toca comparar la capital de provincia con las ciudades que orbitan alrededor de la misma. Y por supuesto, La noche sin memoria cuenta con sexo, drogas y mucho vicio, ingredientes que nunca deben faltar en una buena novela negra que se precie. Y es que esa cara amable que siempre dicen que tiene la vida, poco suele aparecer en este tipo de historias. Además, el argumento no viene desarrollado linealmente, ya que el autor gusta de mezclar presente y pasado en un mismo capítulo con bastante maestría, todo hay que decirlo.
Se agradece que Jordi Ledesma le dé valor no solo al fondo de la historia, sino también a la forma, y por eso su forma de narrar ya es tan característica que uno puede reconocer una de sus historias sin necesidad de mirar la portada del libro. Su estilo cuidado, lleno de lirismo y simbolismo, se devora igual de bien que cualquier otra novela negra con un estilo totalmente opuesto. Quizá La noche sin memoria no enganchará al lector desde la primera página, pero ese pequeño esfuerzo extra que se pide al inicio de la lectura merece la pena. Y es que estamos ante una novela para disfrutar lentamente, casi cacho a cacho, como si de una tableta del mejor chocolate (negro, faltaría más) se tratara.
César Malagón @malagonc
Habrá que leerlo, tiene muy buena pinta…