«Vivir es común y corriente y monótono. Todos pensamos y sentimos lo mismo: solo la forma de contarlo diferencia a los buenos escritores de los malos.»
La importancia de la mirada, el saber de los contrarios con los que está compuesta la realidad, la comodidad – o la poca incomodidad – en terrenos adversos es lo que hacen a alguien escritor. Me da miedo decir que un escritor es bueno y que otro es malo porque me da miedo pensar que algún día pueda diferenciar esas cosas. Yo lo único que consigo ver es si un escritor me gusta o no. ¿Eso significa que sea bueno el que me gusta y malo el que no lo haga? Yo no me atrevo a decir eso. Pero sí me atrevo a decir que acabo de descubrir a Augusto Monterroso y me atrevo a decir que me gusta.
En La palabra mágica, compendio de breves artículos multitema que la Editorial Navona vuelve a traer a las librerías dentro de su colección ‘Los ineludibles’, el escritor hondureño y nacionalizado guatemalteco ofrece una amplia – pero reducida en forma – visión de las cosas. Digo las cosas y me gustaría no tener que hacerlo pero no puedo acotar más. Estamos leyendo cómo un libro se hace famoso o cómo es el trabajo del traductor y pasamos de repente a conocer la trágica vida de Horacio Quiroga. Todo separado brevemente, dividido, algo así como lo que algunos han llamado fragmentarismo ontológico. Pero hay algo en común en estos veinte ensayos: por un lado, que Monterroso siempre está presente, como si quisiera controlar que nunca nos perderemos en ningún laberinto de ficción porque él, como Ariadna, está al otro lado manteniendo el hilo de lo real; y por otro, que todo parte de una vida, sea la del propio autor o la de otro.
Conoceremos datos curiosos de la vida de Shakespeare, Borges, Ernesto Cardenal o Góngora; su opinión con respecto al género de la autobiografía o viviremos su “encuentro” con Kafka. Y todo ello bañado de una ironía que a cada libro que leemos se erige más como la mejor vía de escape a la tragedia de la vida. Reírse, reírse de la Historia en mayúsculas, de los estigmas sociales, de las convenciones, de lo impuesto, creído y defendido siempre. Reírse de los otros partiendo de uno mismo, reírse de la vida porque se sabe que esto es lo que hace ella con nosotros. Reírse de aquellos que se lanzan a escribir en libros sus vidas íntegras cuando, por supuesto, estas todavía no han terminado; reírse de que se tradujera a La importancia de llamarse Ernesto lo que debería haber sido La importancia de ser honrado (The Importance of Being Earnest); reírse de todo para convertirlo en nada y desde ese punto empezar a disfrutarlo.
Sé que hay mucha gente, y no sé por qué, que desprecia el refranero popular cuando este nos ha dado cosas tan grandes como por ejemplo Sancho Panza. Dicen que quien bien te quiere te hará llorar. ¿Y si se refieren a la risa? ¿Y si La palabra mágica fuera la que provoca la risa? Descubrid a Monterroso, nunca es tarde para hacerlo. Os lo dice alguien que se equivocó – como tantas otras veces – pensando lo contrario.
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