Si no recuerdo mal, fue gracias a Pepper, un personaje de la cuarta temporada de American Horror Story inspirado en las gemelas Pip y Flip, que supe de la existencia de Freaks, de Tod Browning. A esa película se debe que hoy en día usemos la palabra friki, que en un principio aludía a aquello que es extravagante, raro o excéntrico, pero que en los últimos tiempos se asocia a la persona que practica obsesivamente una afición.
Por la época en que se emitía esa temporada de la serie, yo estaba saldando mi deuda con el cine en blanco y negro, y decidí ver Freaks. Si no lo has hecho, ya tardas: es impresionante en todos los sentidos de la palabra. Han pasado ochenta y nueve años desde que se estrenó y no se ha vuelto a hacer una película tan arriesgada y hermosa. Estaba protagonizada por personas con discapacidad o deformidades de verdad (nada de maquillaje y efectos especiales), que fueron reclutadas de circos donde eran exhibidas como monstruos, y la trama las presentaba en su cotidianidad, sin estigmatizarlas ni santificarlas. Aun así, transmitía que la monstruosidad moral es muchísimo más horrible que la física.
Han pasado unos cinco años desde que la vi, pero esa película sigue muy presente en mi recuerdo, por eso no me he podido resistir a la novela gráfica La parada de los freaks, con guion de Fabrice Colin y dibujos Joëlle Jolivet, que relata lo que, tal vez, pasaba detrás de las cámaras.
El protagonista es Harry Monroe, fascinado con el cine desde pequeño, que huye de un hogar problemático y encuentra trabajo como asistente de plató en la película Freaks. Su historia personal tiene muchos paralelismos con la que se está grabando: él también padece una deformidad en la mano y se enamora de la estrella, que en realidad lo desprecia. Y al igual que en la película, todo desemboca en un momento impactante, muy impactante.
Fabrice Colin y Joëlle Jolivet se mueven en la ambigüedad, si dejar claro en ningún momento qué es real y qué un delirio del protagonista. De esta forma, nos hunden en el sórdido mundo del Hollywood, donde las drogas, el sexo y otros excesos estaban a la orden del día ya en los años treinta, así como las condiciones laborales pésimas.
Creo que La parada de los freaks se entiende mejor y se disfruta mucho más si se ha visto previamente Freaks. A mí me ha impresionado tanto como la película, pero me ha dejado un sabor más amargo. Hasta el punto de que tuve que mirar si alguno de los hechos que relata era real o mera especulación para darle una vuelta de tuerca al tema de fondo. No diré aquí si se trata de una cosa u otra, porque esa duda contribuye a que la lectura remueva. En cualquier caso, estoy segura de que cualquiera que lea esta novela gráfica publicada por Aloha querrá saber más sobre la película que la inspira, lo cual es una gran noticia porque esa obra maestra del cine merece ser conocida y reivindicada.