Reseña del libro “La pata de oca”, de Raquel G. Osende
Nunca he hecho el Camino de Santiago, quizá porque no soy un portento físico y me impone mucho. Pero me he fijado en que las personas que conozco que sí lo han hecho se decidieron en un punto de inflexión de sus vidas, como una ruptura amorosa o la pérdida de un ser querido. Porque, más allá de madrugones y ampollas, el Camino es un viaje interior, y si uno sabe aprovecharlo, sana. Raquel G. Osende me lo ha demostrado en La pata de oca, una de las novelas finalistas de Premio Literario Amazon 2020.
En La pata de oca, seguimos los pasos de dos peregrinos. Por un lado, Nacho, un atractivo hombre de cuarenta años que tiene una mujer atenta, unas hijas maravillosas y un trabajo estable; pero, cansado de su supuesta vida perfecta, ve en el Camino la excusa para tomarse un respiro. Por otro lado, está Lorena, de veinticinco años; la acaban de despedir de un empleo que no le gustaba, pero la perspectiva de volver a casa de sus padres y acabar en la empresa familiar es todavía peor. Necesita dar un vuelco a su vida y no tiene ni idea de por dónde empezar, pero las caminatas le servirán para reflexionar sobre ello.
Nacho y Lorena se encuentran en momentos vitales opuestos, aun así, el Camino del Santiago los une más de lo que piensan. A través de sus aventuras y desventuras y las de otros tantos peregrinos con los que se cruzan en las distintas etapas, recorremos la ruta jacobea clásica desde Roncesvalles hasta Santiago y comprobamos que es cierto lo que dice el viejo refrán: Navarra es la muerte, La Rioja el purgatorio, Castilla el infierno y Galicia, el paraíso.
Se nota que Raquel G. Osende ha hecho ese mismo Camino. Sus descripciones del entorno transmiten el calor, el frío, el dolor de pies y el peso de la mochila, pero también la fraternidad y la benevolencia universal que caracterizan a los peregrinos. Y la pata de oca, un símbolo de la ruta jacobea, gana protagonismo y nuevas interpretaciones conforme pasamos páginas. No hay título más apropiado para esta novela. En cuanto al desenlace, no diré absolutamente nada, faltaría más, pero quiero dejar constancia de que, para mí, es el mejor posible.
En esos treinta y un días y ochocientos kilómetros a pie, conectamos con las preocupaciones, inseguridades y anhelos de los personajes y, sobre todo, con el Camino de Santiago. De él aprendemos que se viaja más ligero cuando se pierde el miedo y que si uno está abierto, el Camino (la vida) no le da aquello que espera, sino lo que de verdad necesita. No me cabe duda de que el Camino de Santiago es el verdadero protagonista de La pata de oca: el que les enseña, el que los cambia, la recompensa y el castigo. Y, al igual que los peregrinos, los lectores llegamos a Santiago con una sonrisa porque sentimos que cada uno de los dolores, de las decepciones y de los sacrificios han merecido la pena si la meta es reencontrarse con uno mismo.