La luz que hoy emite el sol es extrañamente sedosa. Se enrosca entre los titánicos edificios que se cimbrean peligrosamente, como espigas de trigo mecidas por la suave brisa primaveral. Las calles han amanecido desiertas y el silencio es un embustero, falso testimonio de una ciudad súper poblada. Una figura humana, de rostro enmarañado, que se pasea por la acera de enfrente atrae mi atención. De la mano lleva una correa, al final de esta hay un perro inmensamente peludo. El can está intentando defecar pero le está resultando imposible. El hombre alza al perro y olisquea su ano, seguidamente lo sacude con fuerza, de igual manera que un barman sacude la coctelera para que los ingredientes se mezclen adecuadamente. Fuerte, fuerte, más rápido. Esto te aligerará las tripas, grandote. Cuando vuelve a dejar al animal en tierra este se sacude y todo su pelaje cae al suelo de forma pesada. Solo la cabeza del pobre chucho conserva su tersa y brillante pelambrera. Las emociones fuertes todavía no han terminado para el pobre perro, pues en cuestión de segundos pasa de estar tranquilo a jadear y babear. El trasero del perro se infla y explota como una bonita piñata de cumpleaños, pero en vez de esparcir golosinas son polillas, del tamaño de golondrinas, cientos, miles, las que inundan cada recoveco de la ciudad.
Lo que os acabo de contar es uno de los últimos sueños que he tenido. Y como todo sueño, mientras estás viviendo esas extrañas aventuras, todo tiene sentido y la trama parece seguir algún tipo de retorcidas reglas. Es el momento en el que despiertas cuando se desvanece como por ensalmo toda lógica aparente y se revela la total incongruencia que rige en los sueños. Con algunos cómics pasa exactamente igual. Mientras tienes la narizota metida entre sus páginas y estás fuertemente agarrado al hilo de la historia, lo que allí se explica, por raro y demencial que te parezca, no carece de cierta coherencia. El cómic que hoy nos ocupa es uno de ellos.
La Patrulla Condenada: Ladrillo a ladrillo nos narra la vida de Casey Brinke, una conductora de ambulancias que tiene recuerdos de una vida que no parece ser la suya. La aparición de diferentes y extraños personajes pondrá su vida patas arriba, al igual que sus convicciones, dejando la frontera entre lo real y lo fantástico hecha unos zorros. Y que los villanos de la historia sean la versión chunga de la cadena de comida basura McDonald’s empeñados en conquistar un planeta que tiene consciencia propia no va ayudar en nada a que Casey deje de flipar en colores. Tal vez La Patrulla Condenada pueda poner un poco de cordura en todo esto. ¡Jajajaja! No en serio. ¡Jajajaja!
La Patrulla Condenada: Ladrillo a ladrillo es un reboot de aquellos inadaptados con poderes que empezaron su andadura en 1963 en el cómic antológico My Greatest Adventure. Tras dos etapas que pasaron sin pena ni gloria, los héroes más bizarros de las historia cayeron en manos del guionista Grant Morrison que le dio el toque surrealista que necesitaba la serie para que por fin probara las mieles del éxito. Ahora es Gerard Way, cofundador y ex vocalista del ya extinto grupo My Chemical Romance, (When I was a young boy, my father took me into the city, to see a marching band… Genial, ahora no puedo quitármela de la cabeza) el que se ha encargado de resucitar a Robotman, Crazy Jane, El Hombre Negativo o Flex Mentallo. Habiendo leído The Umbrella Academy y The true lives of the fabulous Killjoys (con el pelón de Morrison convertido en uno de los villanos de la historia) ya esperaba un gran trabajo por parte del chavalote natural de Nueva Jersey.
Para empezar Way no ha concebido un reinicio desde cero. ¡Qué les den a los fans de siempre, viva la generación spinner! No, así no. Es más bien un regreso. Los personajes portan el bagaje de historias antaño contadas y de aventuras de chifladura supina ya vividas; recuerdos que gustan de hacer partícipes de ellos al lector que les observa desde el otro lado de la página, ya sea un principiante o alguien curtido en mil lecturas. Así sí. Y aunque Way no olvida los verdaderos inicios de estos héroes tan bizarros, con un tono fresco y gamberro nos narra una nueva aventura que, a pesar de esos mundos ocultos dentro de un dürüm, de cómics dentro de cómics (metaficción a tope), de Crisis Existenciales (¿o Crisis en Tierras infinitas?), goza de una cierta lógica evolutiva que solo serás capaz de percibir si te dejas atrapar por ese influjo de ensoñación por el cual está rodeado el cómic. O lo que es lo mismo: lee, sueña y disfruta. Algo a lo que también ayuda sobremanera Nick Derington con un dibujo que rememora lo clásico sin renegar de lo moderno, siendo capaz de dotar de un tono indie a un cómic de superhéroes que no parece un cómic de superhéroes y que goza de unos colores solo vistos anteriormente mediante el consumo habitual de LSD.
La Patrulla Condenada: Ladrillo a ladrillo, publicado por ECC, es un cómic tan brillante como loco. Una lectura que te deja desorientado pero satisfecho, con la sensación de haber experimentado un viaje con unos chalados de acompañantes y con una sola pregunta en tu mente: ¿Qué cojones acabo de leer?