Si me preguntan cómo llegué hasta My Chemical Romance, no sabría responder. ¿Escuché alguno de sus temas por la radio? ¿O formaba parte de la música que acompañaba a un spot televisivo? ¿Merodeaba por Youtube, saltando de videoclip en videoclip, y llegué hasta ellos? Ni repajolera idea. El caso es que me atrapó. Me atrapó hasta tal punto que llegué a escuchar en bucle, durante mucho tiempo, algunos de sus temas más conocidos. En especial el titulado The Black Parade (tema que suena ahora mismo mientras escribo esta reseña) que de tanto en tanto me pongo y canto a grito pelado (para deleite de mis vecinos) como si estuviera poseído. Un tema tan enérgico y a la vez tan oscuro, tan esperanzador a pesar de hablar de un mundo agostado, podrido y corrupto, que es capaz de expulsar todos esos putos demonios que en ocasiones se acumulan en mi interior para liberarme de una pesada carga.
Pero, ¿qué tienen en común todos los temas de la banda que estuvo al pie del cañón desde 2001 hasta 2013 (año en el que dieron su último concierto para finalmente retirarse)? Son complejos. Son intensamente emotivos. Tienen un mensaje con cierta profundidad. Pero sobre todo, son raros, muy, pero que muy raros.
Cuando Gerard Way (cofundador, vocalista y compositor de My Chemical Romance) dio el salto a los cómics fue toda una sorpresa. Quizá ésta disminuyera un poquito al descubrir que posee un título superior en bellas artes. Pero un título es solamente un papel que da fe de lo que has aprendido, de lo que deberías saber hacer, no de lo que puedes llegar a hacer. Y entonces en 2007 ganó el Eisner por The Umbrella Academy: Suite Apocalíptica. La rareza que había predominado en su música y que ahora era plasmada en los cómics obtenía su merecida recompensa.
Desde entonces, tal ha sido su carrera en el noveno arte que, a día de hoy, es el supervisor de uno de los más novedosos sellos de la editorial DC: el DC’s Young Animal.
Fue en este sello (y mediante ECC en España) que en 2017 nos llegó La Patrulla Condenada: Ladrillo a ladrillo, la reinterpretación que hizo Way junto con el dibujante Nick Derington de los superhéroes más raros del panorama tebeístico. Un cómic que simplemente te hacía estallar la cabeza, una y otra vez, viñeta tras viñeta mientras te sumergía en un mundo tan extravagante como atractivo. Pero ese primer volumen de La Patrulla Condenada, a pesar de la desorientación que podía producir en el lector, dejó algunas cosas muy claras: era fresco, era divertido, era una locura y además (algo significativamente importante y obvio tras, sobre todo, la segunda lectura) había dejado tramas inconclusas. Con La Patrulla Condenada: Nada Way y Derington pretenden dar carpetazo a todo aquello que quedó en el aire y así poner algo de cordura a todo aquel sinsentido…. ¡Ja! Que os lo habéis creído.
Para empezar, el primer capítulo del cómic nos embarca en una aventura surrealista en la que el jefe de La Patrulla Condenada, Niles Caulder (un profesor Xavier sin alopecia, con tendencias a apostar, al vouyerismo y menos sutil a la hora de manipular a sus amigos) convencerá a Robotman, El Hombre Negativo y Casey Brinke para viajar a un lugar donde predomina el comunismo más brutal; no, no es Corea del Norte, tampoco es la antigua URSS. El lugar en cuestión es el Escasoverso. Es… complicado. Este episodio no solo sirve de puente para enlazar con el volumen anterior, sino que también es un homenaje a las aventuras clásicas de los 60 de estos extraños héroes que crearon Bob Haney, Arnold Drake y Bruno Preminai. Aquí Derington cede el testigo a la hora de dibujar a Michael Allred (iZOMBIE) de igual forma que Tamra Bonvillain (Hombre Múltiple: Todo tiene sentido al final) ,la colorista oficial, lo hace con Laura Allred (X-Statix).
De aquí en adelante la historia toma un cauce si cabe más psicodélico, bizarro y metafísico para que la principal némesis de la patrulla (junto a su cohorte de villanos), y a través de unos medios poco convencionales, ponga el mundo patas arriba. Pero esto solo será el principio de un cómic que va aumentando su grado de rareza exponencialmente, llevándonos a un mundo, dentro de otro mundo, dentro de otro mundo… Metaficción enrevesada capaz de provocar un ictus en el lector menos avezado. Con todo, la máxima que rige toda la narración es siempre la misma, esas dudas existenciales que el humano más mundano (y en ocasiones con muchas horas libres) se ha planteado: ¿De dónde venimos? ¿Existo realmente? Si, y no digo que lo crea, realmente existe un dios ¿quién coño lo creó? ¿Qué cojones son los aditivos alimentarios y para qué sirven?
Al final, y como no podía ser de otra forma, algunos arcos argumentales quedan cerrados, otros nuevos se abren dando paso a historias que parecen sacadas de una partida de rol de Dragones y Mazmorras y el clímax de toda esta demencia impresa en papel parece desembocar hacia un conflicto (un nuevo cómic) llamado Las Guerras Lácteas que pondrá el multiverso en el filo de la navaja.
En resumidas cuentas, si con el primer volumen de La Patrulla Condenada te explotó la cabeza, con La Patrulla Condenada: Nada no esperes que se te recomponga. Y eso, en cierto modo, es tan maravilloso como retorcido.