La piel de Mica, de Paloma Bravo
Te escribo, a ti, directamente pero también indirectamente, porque las palabras me salen mejor si mantenemos un diálogo. Aunque sea unidireccional, que a veces son los mejores diálogos, para qué nos vamos a engañar. Micaela, tu protagonista, somos todos, pero a eso iremos luego. Lo que quiero decir es que tu novela no es una novela, es una vida, quizás LA vida, así con mayúsculas, como un puñal de esos que se clavan dentro, que hay que sentirlos para que hagan daño, porque el dolor también libera, ¿cómo no lo iba a hacer si a veces estamos anclados en él? Y es curioso, porque precisamente tus palabras, la vida de tu protagonista invita a mirarnos por dentro, que es lo más difícil, quizá lo imposible si no tenemos una ayuda profesional delante, llámese psicólogo o amigos, o quizá una familia que te haga una radiografía, pero no del cuerpo, sino de los sentimientos. Tu novela es una dosis de droga en plena vena, de esas que se clavan con aguja, y no te sueltan, así es “La piel de Mica”, como un pequeño virus que se introduce en las células y te hace no ser igual, al fin y al cabo, las lecturas están para eso: para cambiarnos, para hacernos diferentes, o incluso, en el peor de los casos, caer en los mismos errores.
Como te decía, Micaela, Mica, la mujer que da título a tu obra, somos todos. Porque todos nos hemos visto bloqueados por nosotros mismos, porque hace mucho tiempo leí una frase atribuida a Mae West, que simplifica cómo me sentí al cerrar tu libro y quedarme mirando al horizonte. Ahí va: lo importante no son los hombres que hay en tu vida, sino la vida que hay en tus hombres. Y es que todos vamos saltando, casi haciendo malabarismos para encontrar nuestra compañía perfecta, la sombra que nos cobije mejor que el árbol del dicho, pero muchas veces caemos en agujeros negros. Los adictos al dolor lo saben, los adictos a aquello que llaman sufrimiento son capaces de entender que la piedra no son los demás, sino ellos mismos. Pero, ¿estamos preparados para rompernos y encontrarnos? Quizá Mica encuentre su familia, que no es exactamente la sanguínea, sino la que elije después de muchos años. Ese Manu que no habla, que sólo dice la verdad. Ese Diego que está pero no está, que aparece y desaparece pero que siempre permanece. Y Miguel, cómo olvidar a Miguel, si es el amor que se pierde y se vuelve a encontrar, sin miradas, sin palabras de por medio (o a lo mejor con demasiadas), pero que es un regalo envenenado para alguien que no sabe ser feliz. Son esos personajes, lo que les sucede, lo que convierte a “La piel de Mica” en una realidad, no en simple ficción.
Tú, Paloma Bravo, inspiras con las palabras lo que hacen esos libros que te manejan la mente, que te la revuelven y la convierten en un material líquido que intenta convertirse en sólido. Es como esos posos del café que se mantienen incluso después de muchos lavados, porque no son personajes, no son simples nombres puestos sobre el papel, sino que además son unos compañeros que avanzan, que te hablan desde las páginas y, por qué no decirlo, te pegan un puñetazo para que espabiles, que es lo que nos falta, ¿no crees, Paloma?, lo que nos falta es despertar del letargo que produce la vida, del letargo que produce que los días sean unos iguales a otros. Micaela lo sabe, quizás ella mejor que nadie, porque tú la pariste, porque tú la creaste en un momento de su vida en la que nada era ya importante y tenía que hacer balance de sí misma, de lo que había conseguido, de lo que había perdido, de lo que nunca volvería a recuperar. ¿El amor es lo importante? No lo sé. ¿Qué clase de amor, en todo caso? Si se vive pensando en el amor como única vía de escape, ¿seremos felices o seremos como pequeños Indiana Jones buscando el arca perdida una y otra vez? Y fíjate que hablo de amor, no sólo de sexo, o quizá de un amor sexual, de esos que te agarran y no te sueltan, en el que acostarte con alguien es buscar el cariño, rapiñarlo, rebañar del plato para que no se nos escape ni un milímetro de la piel de otra persona, que puede convertirse en la nuestra.
Qué gran historia “La piel de Mica” aunque supongo que eso ya te lo habrán dicho. Pero no viene mal volverlo a decir. Porque cuando te das cuenta que estar no es lo mismo que ser, hay un paso que dar tremendamente importante: ser feliz, aunque la vida sea tan puñetera que te arrastre por el suelo. Yo me levantaré Paloma, me levantaré por Mica lo hizo, y lo seguirá haciendo.
Te felicito por la reseña, me ha encantado. Y, por supuesto, me apunto el libro.
Un saludo.