La princesa caballero, dicen los entendidos, es la obra que dio lugar al género shojo en el universo manga. Pues bien, si según Doña Güiqui el shojo es la categoría del manga dirigida al público femenino adolescente, ¿qué diantres hago yo, con mi bigote, mis plateadas sienes y mis no pocas décadas sobre mis otrora fornidos hombros, disfrutando tanto de este libro? La respuesta puede resumirse en dos palabras: Osamu Tezuka.
Claro que también podríamos añadir, por una parte, que esta obra, tan aparentemente sencilla, melosa e infantil, tiene mucho más jugo del que uno sospecha. Y por otra parte, es más que probable que en aquellos tempranos días del shojo, este subgénero del manga estuviera más libre de prejuicios y estereotipos de lo que podemos imaginar. Y es que el maestro del manga siempre nos sorprende y, dulce y cándido como era, acostumbra a salirnos por donde menos lo esperamos.
En la primera viñeta, leemos: “vamos a ver, bebés. Poneos en fila, que tenéis que nacer mañana y vamos a decidir si vais a ser niños o niñas. Los que se traguen un corazón azul serán gallardos chicos, mientras que los que elijan uno rojo serán adorables chicas…”
Y hasta aquí puedo leer, diría, emulando a Mayra, más de una enfurecida lectora. Craso error, porque, entre muchísimas otras cosas, La princesa caballero es, en cierto modo y salvando las enormes distancias (al fin y al cabo, estamos en Japón en el año 1953), un alegato feminista. O, si lo preferís, un encendido ataque a los estereotipos de género y a la discriminación contra la mujer.
El/la protagonista es Zafiro, un bebé que, durante el reparto de corazones mencionado más arriba, engulle dos corazones, uno de niño y otro de niña, por culpa de un travieso angelito llamado Tink. Cuando se descubre la diablura, Tink recibe la orden de acompañar a Zafiro a la Tierra y, en cuanto pueda, arrebatarle el corazón de niño. (Aun a riesgo de leer demasiado entre líneas, es interesante señalar que, del mismo modo que el feto humano empieza a desarrollarse como niña, y solo más adelante algunos se convierten en niño, Zafiro estaba destinada a ser niña, y la identidad masculina se entromete en su vida a la manera de un intruso).
Si la ambigüedad de género sigue siendo hoy en día una cuestión difícil de asumir para muchos, podéis imaginar los problemas que causa en el escenario de esta historia, una especie de corte medieval cuya corona ha de heredar precisamente este bebé que está a punto de nacer… siempre que sea niño, claro está. De lo contrario, el trono recaerá sobre el hijo del perverso Gran Duque Duralmin. Y todo esto nos lo cuenta Tezuka con su habitual sencillez, con el encanto disneyano de sus primeras obras y con una destreza narrativa pasmosa. Así, llegamos a la página 10 con el conflicto magistralmente planteado y con más de 600 páginas por delante de pura magia Tezuka con brujas, piratas, mazmorras, monstruos, hechizos, satanases, caballeros andantes y, sobre todo, la lucha de Zafiro por encontrar su identidad.
No, no soy una niña pizpireta, y para disfrutar de La princesa caballero, ni falta que me hace.