Dicen que el mundo de los niños desborda fantasía e imaginación. Si eso es así, habría que matizar que dichas fantasía e imaginación están sometidas a unos rigurosos principios: la sencillez y la lógica. Uno puede pensar que fantasía y lógica son términos contradictorios, pero no en el mundo infantil. Para la imaginación del niño, no tiene nada de extraño que un lobo hable, que se haga pasar por la abuela de Caperucita o que luego abuela y nieta salgan vivas de la lobuna tripa. Lo que un niño no podría entender sería que el lobo, antes de zamparse a una u otra, se dijera “¡Dios mío, pero qué estoy haciendo!”. La lógica infantil no permite que los malos sientan escrúpulos.
Por eso David Grossman triunfa con La princesa del Sol.
Hay autores que un día deciden escribir un cuento infantil, pero se les nota a una legua que su verdadero objetivo es demostrar a los mayores lo listos y versátiles que son, e imponer la lógica adulta en la mente de los niños. A diferencia de esos autores de cuentos infantiles, Grossman escribe un cuento para niños, y debo hacer hincapié en la preposición. La princesa del Sol es un cuento bello y es un cuento sencillo. He aquí el principio:
Lucía se sentó en la mesa de la cocina balanceando las piernas en el aire y le dijo a su madre: “Mamá, si yo soy tu pequeña princesa, entonces, ¿tú eres la reina?”.
“Soy la reina”, contestó la madre mientras se apoyaba en la escoba.
Es una reina con una misión en el mundo, y hoy le va a revelar dicha misión a Lucía, que promete guardar el secreto. Un día al año, la mamá de Lucía es la reina del Sol, y da la casualidad de que ese día es mañana.
Como veis, La princesa del Sol tiene varios de los elementos del cuento tradicional: un protagonista infantil, un argumento sencillo con una única trama, y una visión mágica de los ciclos naturales. Pero Grossman incorpora elementos que acercan el relato al lector adulto, que será quien probablemente lea este cuento a su hijo. La descripción del viaje en bicicleta hasta el lugar donde se va a oficiar la ceremonia, por ejemplo, está repleta de bellísimos detalles, como ese hombre alto y delgado que pasa por la avenida lanzando un beso de buenas noches a cada árbol, esos tres gatos con las colas en alto que corren de repente delante de la bicicleta, o esa tortilla con hierbas aromáticas que madre e hija se van a comer después de cumplir su misión.
Las ilustraciones de Michal Rovner, de trazo infantil y lápiz difuminado, tan pronto melancólicas como radiantes, son ricas, evocativas, e ideales para este hermoso relato que nos habla de nuestro lugar en la creación. La lógica adulta nos dice que somos insignificantes en el universo. La lógica infantil nos demuestra que sin el trabajo de Lucía y su mamá, el universo no es nada.