La procaz intimación, de Edward Gorey
Lo que me llamó la atención de este libro en primer lugar fue su portada, la tienen ustedes a la izquierda de sus pantallas, imagino que entienden a qué me refiero. El título, La procaz intimación, también. Me intrigaba qué podría esconderse tras un título, por así decirlo, tan inusual. Cuando lo tuve entre mis manos me intrigó aun más su formato, su tamaño más parecido a un compact disc que a un libro. Y les parecerá raro esto que voy a escribir: tras leerlo no sólo me siento menos intrigado por este libro, sino que lo estoy mucho más.
Dice el texto promocionales de las solapas que firma Edmund Wilson que Edward Gorey, ilustrador de culto, ha creado un mundo personal completo, a la vez divertido y sombrío, nostálgico y claustrofóbico, poético y envenenado. Amén. No creo que se pueda expresar mejor lo que este pequeño y extraño libro es. De la atmósfera claustrofóbica son responsables en gran medida las ilustraciones, magníficas. La historia demoniaca no es que sea de un prodigioso optimismo, pero el ambiente desasosegante diría que lo proporcionan esos magníficos dibujos.
Trata Edward Gorey con gran sentido del humor una pequeña historia de una posesión diabólica, pero La procaz intimación no es uno de esos libros sobre los que uno comenta la trama o la calidad de las ilustraciones con los amigos, es uno de esos pequeños tesoros que de una manera difícil de explicar proporcionan una gran satisfacción como objeto, es un libro que uno se alegra de poseer porque tiene una gran personalidad y la transmite con su simple contacto. La satisfacción de tener una rareza literaria, de construirse una librería variada y personal, la obra de una vida. Porque no cabe duda que en una vida caben, es más, son necesarias, magníficas locuras como La procaz intimación.
¿Ven lo que les decía?
Andrés Barrero
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