La promesa de Kamil Modrácek, de Jirí Kratochvil
Bajo tierra están las mazmorras y las catacumbas, el infierno y la salvación. Ahí donde los avestruces esconden la cabeza cuando se sienten en peligro, mandamos nosotros a nuestros muertos a ver si consiguen un billete para arriba o se hunden más abajo, y situaban los clásicos el inframundo, donde, si se seguían las instrucciones correctamente, podía el héroe resucitar y traer de vuelta a su amada. La carga simbólica de la estancia bajo tierra es, posiblemente, inherente al ser humano y no ha perdido fuerza a lo largo de lo siglos, sino más bien al contrario.
Hace unos años el cineasta serbio Emir Kusturica deslumbró a sus seguidores, entre los que me cuento, con una apabullante película titulada Underground, en la que una familia se refugia en su sótano para huir de los nazis. En La promesa de Kamil Modrácek, estos elementos, guerra, nazis y sótano se combinan de una forma completamente diferente, pero igualmente poderosa, en una obra original, divertida y absolutamente deslumbrante.
Todos somos capaces de nombrar narradores cuya obra se centra en el qué, es decir, que en ella prima la historia sobre el modo en que ésta está contada. También sabemos de algunos a los que admiramos no tanto por lo que cuentan sino por el cómo lo cuentan. Me consta que algunos no estarán de acuerdo y argüirán que no se puede separar forma de contenido, pero los demás, ¿verdad que me entendéis? Viene todo esto a cuento porque la historia que nos cuenta aquí Kratochvil es muy sencilla, y lo que verdaderamente nos asombra es el modo en que lo hace.
Dicen quienes saben de esto que el autor se inspiró en La promesa, de Friedrich Dürrenmatt, así como en el extraordinario y divertido relato “Se habla ruso”, de Vladimir Nabokov. No puedo hablar sobre el primero, cuya obra desconozco, pero los puntos en común con el autor ruso son evidentes, hasta el punto de que se le puede considerar un personaje secundario en la obra.
Kamil Modrácek, el personaje principal, es arquitecto y lleva muchos años despreciándose por haber accedido, para poder sobrevivir, a diseñar edificios horteras y, en particular, uno, construido durante la ocupación nazi, cuya planta representa una cruz gamada. La promesa que se hace Kamil es la de hacer justicia a una víctima de la represión comunista, represión que fue especialmente cruel en los inicios de la década de los 50. La brutal y sádica venganza que se dispone a ejecutar Kamil no tarda, sin embargo, en derivar en una farsa que nos recuerda al camarote de los hermanos Marx, pero eso sí, una farsa teñida en todo momento de un humor negro azabache.
Jirí Kratochvil, que se define a sí mismo como narrador y no como escritor, deslumbra al lector con su forma de manejar los puntos de vista. En los primeros capítulos, nos sentimos en algún momento agradablemente confundidos cuando un narrador se convierte en tercera persona y viceversa, cuando vemos a un personaje cobrar relevancia para luego desaparecer sin dejar rastro aparente, o cuando el mismo autor entra en la novela como un personaje más. La historia da saltos adelante y atrás, y nos sorprende con viajes a un presente en el que otros personajes hablan sobre la fabulosa historia que acabamos de leer. Kratochvil es uno de esos autores descarados que nos demuestran que, cuando se tiene talento, uno puede hacer lo que quiera con la literatura y conseguir una obra divertida, compleja y profunda.
Sería injusto no hacer mención de lo que, dejando de lado a Kamil Modrácek o a Daniel Kocí, el carnicero detective, es el personaje central de la novela: Brno. La antigua capital moravia, escenario de todas las obras de Kratochvil, es considerada la cuna de nuevas tendencias en arquitectura moderna, algo que se aprecia perfectamente a lo largo de la novela, y sobre todo, destaca por sus fabulosas construcciones subterráneas, que incluyen criptas, osarios y laberintos, y que, volviendo al principio, juegan un papel crucial y macabro en esta extraordinaria La promesa de Kamil Modrácek.