La puerta de los pájaros, de Gustavo Martín Garzo
Ilustrado por Pablo Auladell
Dijo Michael Ende que el tiempo es vida, y la vida reside en el corazón. La existencia de un libro se une a la de los lectores por riguroso afecto, por la forma en la que conecta con los ojos que lo miran, con el pasar de las letras por la piel y el erizarse la piel cuando una palabra toca la fibra necesaria, la concreta, la que lo cambiará todo y lo moverá de su sitio. Esa es la leyenda que subyace en cada una de las lecturas, de aquellas acciones que convierten un solo libro en algo extraordinario, en una pequeña joya que impregna, con el avanzar de sus páginas, todos y cada uno de los sentidos con los que disfrutamos de nuevas realidad que se imponen tras las pastas que guardan un texto. Si La puerta de los pájaros requiriera de una denominación, de una descripción que ejemplificara lo que significa este libro, sería sin duda alguna la de la belleza que impera en una edición que no tiene ninguna falla, ningún error ni en sus formas ni en su contenido, y en la que la fábula se instala y convierte lo adulto en infancia, la infancia en el tesoro que nunca debió perderse, y en un viaje a otros lugares, a otros rincones, donde la magia puede unirse con paisajes ya conocidos, de la mano de un autor que traza y une las palabras como si de un orfebre se tratase, como si de un sastre que convierte una tela en el mejor vestido estuviéramos hablando, como si fuera la llave maestra que abrirá las puertas que contenían, minutos antes, toda la imaginación encerrada en un cuerpo que no estaba dispuesto a soñar.
La historia de un reino donde una malvada bruja ha hechizado a su rey y su princesa, y el viaje para encontrar lo que despertará a la joven doncella para devolver a su lugar aquello que no debió perderse nunca: la capacidad de amar.
Los pasos, débiles, pareciendo casi un susurro, son los que iba enlazando cada vez que asía con mis manos esta novela de Gustavo Martín Garzo y no porque se requiriera del silencio más absoluto, o porque el miedo derivara en una experiencia poco gratificante. Todo lo contrario. La puerta de los pájaros es ese momento de disfrute en el que un libro entra en la vida de alguien y lo hace de a pocos, como los sorbos que se dan para degustar el vino, el buen vino, el que se saborea no sólo con la lengua, sino con el paladar. En este caso, los ojos, el sonido de un canto que reverbera en los oídos y que se convierte en la propia magia, la que se extiende por esta fábula de princesas, magos y brujos, perfectamente ilustradas por Pablo Auladell y que consigue traspasar la frontera de la oscuridad más absoluta, para llenar de claridad algunos momentos que, por cuestiones que poco tienen que ver con la formalidad y mucho con el mundo personal del que suscribe, consiguieron hacerle olvidar la realidad más cruel y violenta. Se dice que los libros llegan en momentos determinados, que ellos eligen cuándo la mano se acerca y se los lleva para apreciarlos. Y así, recuperando las viejas historias, las que en la niñez saboreábamos mientras nuestros ojos brillaban, es como el autor de esta obra completa un círculo que empieza con un hace ya mucho tiempo y termina con un no hay en todo mi reino una puerta más importante que al cerrarse se convertirá en una llave a otro mundo donde visitar, de nuevo, aquello que fuimos y que dejamos a un lado por centrarnos en nuestras obligaciones.
La respiración, el aliento que sale de los pulmones y nos permite vivir cada día, de ser un libro, de ser uno solo cuando la melancolía aceche y la tristeza haga acto de presencia, bien podría ser La puerta de los pájaros para que la fantasía entre de lleno, para que una pequeña herida vaya cicatrizando, poco a poco, con la tranquilidad que el tiempo invierte para supurar lo que la ha creado, lo que ha convertido un cuerpo en un simple recipiente donde la vida ya no circula como debiera. Es un honor sorprenderse, revivir, emocionarse, de nuevo y por siempre, gracias a Gustavo Martín Garzo.
Nunca deja de sorprenderme la tensión proselitista de los que se han pasado al libro electrónico. Es el despotismo bondadoso de “enseñar al que no sabe” las supuestas ventajas de encerrar miles de títulos, así a granel, en unos pocos centímetros, eliminar unas horrorosas (según ellos) estanterías repletas de libros viejos. Si argumentas a favor del tacto del papel en las manos o de las horas muertas (nunca las horas muertas estuvieron tan vivas) que pasaste en los desvanes, dialogando con libros que pertenecieron a tus padres, a tus tíos y abuelos, el argumentario se vuelve más hostil y te acusan de talar bosques.
Todo esto viene a cuento de la edición de “La puerta de los pájaros” en Impedimenta, que es una preciosidad, que cayó hace unos días en mis manos y aguarda turno para su lectura. Estoy todavía deleitándome con “Una casa de palabras”, así que por ahora dejadme que os dé tan sólo mis impresiones sobre esta sugerente presentación, que es la manera que tiene el libro de decirte “hola, ¿cómo estás?” y comenzar a seducirte. En poco tiempo volveré y os contaré mis impresiones sobre el texto en sí.