Reseña del libro “La puerta del frío”, de Luiso Berdejo
La sinopsis de La puerta del frío tenía las palabras clave para captar mi atención: leyendas y pueblo deshabitado. Y reconozco que la mención al «cine club más surrealista de la ciudad» como parte del elenco de personajes también me atrajo. Otro punto a su favor era el autor, Luiso Berdejo, cineasta y guionista de [REC] y La trinchera infinita, dos películas que disfruté mucho. Es cierto que el lenguaje cinematográfico es diferente al literario, pero, al fin y al cabo, el objetivo de ambos es el mismo, crear historias, así que me apetecía descubrir cómo se desenvolvía Berdejo en esta faceta.
En La puerta del frío, su primera novela, narra como Santa, un ornitólogo, se une a Sócrates, un sonidista, para realizar un banco de cantos y sonidos de aves de los bosques del País Vasco, y sin pretenderlo, graban unas psicofonías en un pueblo abandonado llamado Ochate. Así descubren que se cuentan muchas leyendas oscuras sobre ese lugar. Y, por si no se lo creen del todo, el abuelo de Santa, Esteban, que los acompaña en una de las visitas a ese lugar, empieza a comportarse de forma extraña, pues no encuentra la forma de quitarse el frío que se le ha colado dentro.
En capítulos alternos, se cuenta el origen de esas leyendas, que se remonta a lo acontecido mil años atrás, cuando cinco desalmados violaban y asesinaban a cuantas personas se cruzaban, y echaban sus cadáveres a una sima profunda situada en el pueblo de Ochate. Y fue en la descripción de la primera violación cuando me encontré con el gran problema que no me dejó engancharme a la novela: a pesar de relatar hechos horribles, me dejaba indiferente, porque provocar emociones es algo muy complejo, que va más allá del hecho en sí y de explicarlo con muchos adjetivos desagradables.
Y esa sensación de indiferencia no me abandonó: no conectaba ni con los personajes ni con los acontecimientos ni con la prosa del autor. La novela pasa del tono literario al coloquial y del terror al humor sin mucho atino, lo que no ayuda a la atmósfera, por mucho que se abuse de los puntos suspensivos, que por sí solos no crean misterio. Incluso tuve que releer algunas frases porque no las entendía a la primera. La falta de edición salta a la vista.
Apenas ocurren cuatro cosas relevantes en toda la novela y se podría eliminar a la mayoría de los personajes sin perjudicar la trama lo más mínimo. Incluso el cine club del que habla en la sinopsis tiene un papel anecdótico. Parece que solo sirve para que el autor lance unas cuantas pullas sobre el cine (en especial, el español), que conoce tan bien.
Aun así, hasta el final mantuve la esperanza de que se pusiera interesante, pero cuando el protagonista sufre las consecuencias de haberse entrometido demasiado en esa maldición con más de mil años de antigüedad y todo se resuelve de una forma increíblemente sencilla, pasé de la decepción al cabreo.
La historia que se relata en La puerta del frío se alarga trescientas noventa y ocho páginas, y con la mitad y menos habría bastado. Sin embargo, para mí no hubiera mejorado, porque el principal problema que le veo es la falta de alma. Quizá, si se hubiera centrado solo en el terror o explotado el humor lleno de guiños al género y al cine, la novela ganaría enteros, pero se ha aventurado con demasiados elementos y se ha quedado a medias con todos. Al menos, esa es mi percepción. Es posible que otros lectores que conecten son su prosa puedan encontrarle más virtudes que yo a La puerta del frío.