«Aquel año hizo tanto calor que se derritieron las perchas en los armarios y las aceras se llenaron de banderas y uniformes polvorientos. El aire ardía, y en los templos la saliva de los clérigos se solidificaba y caía como ceniza caliente sobre las cabezas de los feligreses.
Fue un mes de julio tan insoportable que, para entretener a las moscas, alguien organizó una guerra».
Me bastaron estas tres primeras frases de La radio de piedra para caer rendida a los pies de su autor, el veterano guionista, autor teatral y dibujante Juan Herrera. ¡Qué manera de escribir! Y es que a mí me da igual lo que me cuenten si me lo cuentan así de bonito. Pero la historia tampoco me defraudó, en absoluto. Porque La radio de piedra narra con humor, ironía y muchísima ternura, la vivencias de un pueblo castellano durante los primeros meses de la guerra civil española. Pero no es precisamente la guerra la que altera la vida de los habitantes de este pueblo, sino la aparición de la primera radio, creada por uno de los vecinos, el Águila, con «un trozo de piedra de galena y un retal de cobre embobinado». Ese rudimentario aparato y los partes que da el Águila a los que se reúnen ante su casa cada atardecer son los ejes de esta novela coral, en la que aparecen casi un centenar de personajes. Homenajea de este modo a la radio, desde esa que es puramente espectáculo, pasando por la dramática y la solidaria, hasta llegar a la radio poética de Jesús Quintero. Pero también ensalza el poder de la tradición oral, de «esas historias que pasan de boca en boca y se deforman como los zapatos» y que muestran, en definitiva, la esencia misma de la vida.
Es inevitable pensar en el cine de Berlanga al leer La radio de piedra. ¿Cómo no hacerlo con esas conversaciones entre el cura y el alcalde, que preparan al pueblo para la visita del General Franco? ¿O con los baldíos intentos de unos y de otros por controlar la famosa radio del Águila? Juan Herrera retrata la idiosincrasia española de aquellos tiempos en lo que tenían especial protagonismo los imaginativos métodos de supervivencia de los pícaros y el fanatismo e intransigencia de los guardianes de la moral católica, que veían en el sexo el principal enemigo, aun cuando la muerte asolaba cada rincón del país. Y lo hace con personajes esperpénticos y situaciones rocambolescas, que le dan a la obra un toque surrealista e incluso mágico, pero que, sin embargo, están basados en la realidad, como el mismo Juan Herrera reconoce, aunque evite dar nombres.
A mí me encantan las novelas que transcurren en pequeños pueblos y la guerra civil española es un periodo que me conmueve especialmente porque de ella me hablaban mis abuelos; así que, con esos dos elementos, la novela tenía lo necesario para cautivarme. Pero es que la forma en la que está escrita, el tono, el humor, los personajes… Todos los elementos que conforman La radio de piedra me han fascinado. Es una delicia leer la historia de este pueblo que se empeñó en que la guerra pasara de largo, y no dejaré de recomendarla por muchos años que pasen. Ahora solo espero que Juan Herrera le haya cogido gusto a esto de escribir libros y nos deleite con otra obra muy pronto. Miradas como la suya hacen mucha falta en la literatura para conocernos mejor, y reírnos más, de nosotros mismos.