Creo que hoy es un buen día para preguntarme qué haría si me topara de frente con un alienígena. Está claro que no sería un bicho verde, con antenas y una sonda en la mano. Sino uno de esos que ahora están tan de moda; con aspecto de ser humano, pelo y piernas de ser humano y esas cosas pero que, por su forma de actuar, deja ver que tiene algo raro. En este caso nuestro protagonista es, además de alienígena, un friki de las matemáticas, por lo que no sabría muy bien si esa aureola de rareza vendría dada por el rollo interespacial o por sus extraños gustos. De una forma u otra, yo sabría que hay algo extraño en él y que, literalmente, no puede ser de este planeta. ¿Lo raptaría para que un laboratorio le analizara el ADN? ¿Lo expondría cual mujer barbuda en un circo de los horrores? ¿Lo vendería por Ebay? ¿Me enamoraría de él?
Es una buena cuestión que todos deberíamos plantearnos. Si me hubieran preguntado por esto antes de leer el libro y sin imaginarme un extraterrestre entrañable estilo E.T. (sino más bien esos bichos asquerosos de Mars Attacks!), hubiera dicho que la opción de analizar su ADN no me parecería tan descabellada. Ya se sabe, por el bien de la ciencia y todas esas excusas baratas que a veces ponemos para no pensar en la dudosa ética de nuestros actos. Aunque quizá sería la opción más lógica si el fin es aprender cómo ha conseguido llegar hasta nosotros. Pero por otra parte, el pobre extraterrestre acabaría muriéndose de agotamiento, pues estaría condenado a ser carne de laboratorio durante el resto de su existencia. Lo de exponerlo en un circo o venderlo por Ebay podría ser considerado como trata de personas, así que mejor lo olvidamos.
Pero… ¿enamorarme de él? Primero están las diferencias culturales, que al final si uno pone interés tampoco tendrían por qué ser un obstáculo (sino todo lo contrario, podría aprender mucho de ese modo de vida); luego está la edad, ya que él tendría como quinientos años (porque los extraterrestres siempre viven mucho más que nosotros; hecho científicamente probado). Pero la distancia… ¡ay la distancia! Y si ya es difícil mantener una relación cuando uno vive en Toledo y el otro en Madrid, imaginemos si la distancia es de más de cuarenta años luz.
Nuestra protagonista, Connie, lo tiene claro desde el primer momento que ve a Luke entrar por la puerta de la facultad donde han reunido a los mejores matemáticos del mundo. Están todos allí para resolver una incógnita numérica que parece no tener ningún sentido. Pero Luke, nada más ver esa serie de números que parece no tener fin y mucho menos conexión entre ellos, se da cuenta de lo que quieren decir. Entre medias encontramos un misterioso asesinato, abundante humor británico (que me encanta) y mucho, mucho amor. Y quizá, si yo fuera como Connie, me habría pasado lo mismo. Es una chica muy curiosa y a la que no le importa lo que hagan los demás con su vida. Ha tenido amores pasados, pero todos han acabado igual: en el cubo de la basura. Pero cuando ve a Luke, ve un lienzo en blanco. Luke no tiene ni idea de cómo funciona el ser humano: no entiende nuestra forma de amar, por qué hay guerras, por qué se enjaula a los animales o por qué, sabiendo que nuestros polos se están derritiendo a pasos agigantados, no hacemos nada al respecto. Es un ser puro, que no se ha dejado corromper por la sociedad. Es una mente sin enajenar. Y además, es un apasionado de las matemáticas.
Cuando leí el título, La resistencia es inútil, pensé que era una mera referencia a Star Trek, pero a medida que iba pasando las hojas del libro me di cuenta de que estaba equivocada. Al final, el título encaja a la perfección con la historia y cuando la terminé se me escapó una sonrisa al darme cuenta de lo bien elegido que está. Además, Jenny T. Colgan se gana al público más friki con la frase “la novela que Sheldon le regalaría a Amy”, que se puede ver debajo del título. Conmigo desde luego lo consiguió, ya que hasta la fecha me he visto todas las temporadas de The big bang theory.
A fin de cuentas, creo que lo que intenta demostrarnos Jenny T. Colgan es que, como diría mi abuela, en todas las casas se cuecen habas. Aunque en este caso está hablando de diferencias interespaciales, podríamos trasladar esa historia a nuestro propio mundo, por ejemplo entre dos Estados distintos. Y el resultado sería el mismo: cada país se creería mejor que el otro; sus costumbres serían las correctas, así como su manera de pensar o sus formas de resolver los problemas. Y eso nos lleva al mismo punto: a no aprender de los demás y a no ver todas las cosas positivas que nos pueden enseñar los que, dicho rudamente, no son como nosotros. Así que hay que aprender que La resistencia es inútil y que debemos dejarnos llevar, ya sea a un mundo desconocido, ya sea a la vuelta de la esquina, pero siempre guiándonos desde lo más puro de nuestro ser.