Reseña del libro “La revolución cuántica”, de Alberto Casas
La física cuántica explica todo. Vale, quizá exagero. Pero solo un poco. Sirve para explicar multitud de hechos cotidianos —por qué el cielo es azul y la hierba verde, por qué arde la madera y no las piedras… —, cuestiones más profundas —por qué hay elementos químicos, por qué la materia y la luz están hechas de partículas…—, muchísimos procesos biológicos esenciales —la fotosíntesis, la transmisión de las señales nerviosas, la forma en que los seres vivos guardan su información en el ADN… —, y ha dado lugar a multitud de avances tecnológicos, como el rayo láser utilizado en cirugía, industria o fibra óptica, los superconductores de los transistores que conforman los chips, la imagen por resonancia magnética o la tomografía en medicina o los sistemas GPS.
Pero… ¿qué es la física cuántica, más allá de esta ciencia “explicatodo” y un epíteto recurrente aplicable a todo lo que resulta misterioso e inefable? Pues esto es lo que trata de explicar La revolución cuántica, del doctor en Física teórica y profesor del CSIC Alberto Casas, con una prosa amena, sin entrar (demasiado) en disquisiciones matemáticas y sí en cuestiones y teoremas por todos conocidos —el gato de Schrödinger, el principio de incertidumbre, el entrelazamiento cuántico— y en otras posibles aplicaciones futuras que lindan con la ciencia ficción, como la teleportación, en las que nos informa (oh, mundo cruel) de sus limitaciones, o incluso el posible alumbramiento de nuestro universo a partir de una fluctuación cuántica… desde la nada, peliaguda cuestión que entronca con la filosofía y la metafísica más bizarras.
Comienza el autor comentándonos, a modo de introducción, que la física cuántica es una teoría sobre cómo funciona la naturaleza. Y la naturaleza, según la mecánica cuántica (sinónimo intercambiable con el de física cuántica), se presenta, se “materializa” ante nosotros únicamente cuando la observamos, dado que las partículas viven en una perenne superposición de estados que solo colapsa, se decide por uno, cuando realizamos una medición sobre ellas.
Por tanto, la física cuántica es intrínsecamente probabilística, es decir, las cosas no ocurren con total certeza, sino con más o menos probabilidad. Y esta ciencia predice, con extrema precisión, la probabilidad de que algo ocurra.
Una cuestión en la que al autor de La revolución cuántica incide varias veces a lo largo del libro es que el ciudadano de a pie piensa que la física cuántica solo vale para objetos pequeñísimos, para el mundo microscópico. Pero nos detiene un momento, y nos espeta, a bocajarro, que estamos vivos gracias a ella. Sí, ya ha afirmado que la vida es una consecuencia de la química, y esta es, a su vez, consecuencia de la mecánica cuántica. Pero ahonda aún más: la clave es el principio de incertidumbre de Heisenberg. Este postulado celebérrimo afirma que no se puede conocer a la vez la velocidad y la posición de una partícula, dado que, si una de esas magnitudes se hace 0, la otra no puede ser 0 simultaneamente. No hace falta entenderlo. Esto es así, y ya. Pero lo que provoca este principio en la práctica, en la vida, es hacer que los electrones de un átomo, esas partículas de vida nanoscópicas que nos sostienen y constituyen, giren y giren en un estado de mínima energía, completamente estable, manteniendo sus órbitas y propiedades; si esto no ocurriera así, se precipitarían hacia el núcleo, con lo que no habría compuestos químicos, sustancias complejas y, por tanto, vida.
Pero… ¿por qué si la naturaleza es cuántica, el mundo ordinario, el que nos rodea, parece clásico, sin superposición de aberrantes objetos en superposición de estados, léase gatos de Schrödinger ni vivos ni muertos a la vez?
Pues esto también lo explica este libro, a través del fenómeno de la decoherencia, que afirma que todos los objetos físicos están interactuando permanentemente con su entorno, lo que hacen que colapsen en estados clásicos visibles.
No sufráis. Parece complicado, pero Alberto Casas logra en este libro que todas estas cuestiones, tan vitales e importantes para entendernos a nosotros y a todo lo que nos rodea, queden meridianamente claras. Y que logre además fascinarnos, como ha hecho desde sus inicios a comienzos del siglo pasado, porque la mecánica cuántica sigue siendo, a día de hoy, la teoría más extraña que las mentes más brillantes de ese y de nuestro tiempo —Einstein, Rosen, Planck, Bohr, el ya citado Heisenberg, Pauli, Feynman…—hayan pergeñado jamás.