Reseña del libro “La sabiduría de las multitudes”, de Joe Abercrombie
Las revoluciones se cuecen a fuego lento. No surgen de un día para otro. Lleva años de frustración, ninguneo al proletariado y cientos de promesas, o bien vacías o cargadas de mentiras, para que la siempre farsa del estado del bienestar se venga abajo. Joe Abercrombie ya nos mostró en Un poco de odio como el descontento general entre las clases humildes se convertía en una sublevación puntual. La revolución industrial no solo trajo prosperidad a los bolsillos de los más adinerados de El Círculo del Mundo, también originó dos tipos de grupos de insurrectos: los Rompedores y los Quemadores. Pero para la Unión, metida de lleno en una compleja trama de deslealtades, traiciones y una guerra que podría dar al traste con la regencia, los insurrectos eran poco menos que una molestia que apartar como se aparta una mosca de un manotazo.
El problema de la paz, segunda entrega de la trilogía de La Era de la Locura, nos metió de lleno en el caos de un mundo que se desgajaba a pedazos. El relevo de poder generacional entraba en escena. Padres que morían, hijos que se alzaban con el poder. Madres que se apartaban, hijos que tomaban las riendas de la situación. Ancianos que volvían al barro, jóvenes que resurgían victoriosos. Ese hecho, y una evolución de personajes calculada al milímetro por Joe Abercrombie, nos dejaba una Savine dan Glokta que descubría lo que era vivir con miedo y le era revelado un secreto que podría poner patas arriba el árbol genealógico real; una Rikke que, tras aceptar su poder, y con una autoestima de una mujer empoderada, haría lo necesario por hacerse con la corona del Norte; un Leo dan Brock tan ambicioso como ingenuo y un rey Orso que pasó de ser un ególatra y hedonista consumado a un tipo que no se le daba mal del todo lo de la regencia. Y mientras los poderosos se repartían el poder, la gente pequeña se organizaba gracias a personajes de corte intelectual como Risinau, verdaderos psicópatas como La Jueza o misteriosos como El Tejedor. El final de El problema de la paz no era más que un preludio para La sabiduría de las multitudes.
El inicio de La sabiduría de las multitudes (Alianza Editorial) es toda una declaración de intenciones, pura maestría narrativa para mantenernos con la nariz pegada a las páginas. La revolución estalla de una forma virulenta y el caos se propaga por la ciudad de Adua como un incendio veraniego totalmente descontrolado. Abercrombie hace que, al menos durante unas cuantas páginas, nos sintamos orgullosos y apoyemos ese motín de gente humilde. ”Eran gente nada más. Gente que quería llevar pan a la mesa, mientras otros tenían muchísimo más de lo que iban a necesitar en la vida.” Lo que en un principio parece un levantamiento justificado con connotaciones de Los Miserables de Victor Hugo (imposible no tararear la melodía de ese tema tan famoso de su versión musical), pronto se convierte en la excusa de una muchedumbre descontrolada ávida de venganza. Los ricos caen como ratas, los pobres se toman la justicia por su cuenta. El autor hace gala una vez más de esas descripciones de situaciones violentas, de esa esperanza que se convierte en una ira ciega, del desconcierto salpicado de vísceras, todo mientras narra, de forma virtuosa, atrapando al lector en sus redes para mostrar, una vez más, porqué es el rey del grimdark.
Tras la masacre, llega El Gran Cambio. La victoria del rey Orso sobre Leo dan Brock resulta efímera: es depuesto y se convierte poco más que en un entretenimiento de feria para el Ejercito Popular. Llegados a este punto el autor ya nos deja entrever los diferentes tipos de dignatarios que regirán sobre el pueblo. El populismo se abre camino así como un fanatismo que convierte a cualquiera que esté en contra del gobierno en enemigo. Savine se verá abocada a sobrevivir a toda costa, y más ahora que descubre que la maternidad puede ser tanto una bendición como una terrible debilidad. Su marido Leo, tullido y repleto de dolores (broma cruel e irónica la mostrada por Abercrombie al emparejarlo con Savine) se transforma en alguien frío e implacable con una predisposición casi innata para transformarse en un político de masas. La hipocresía será su sello de identidad. Por otra banda tenemos a Victarine dan Teufel, antes inquisidora a las órdenes de Glokta, ahora en busca de un mundo más justo junto a los Rompedores. Y si hablamos del Norte, volveremos a encontramos a Rikke, ahora ostentando poder pero teniendo que demostrar el doble que un hombre para conseguir la mitad de lealtades. Pero Rikke (el mejor personaje femenino que ha dado la fantasía en los últimos años) se valdrá de todo tipo de argucias, asesinatos, escaramuzas y chanchullos de baja estofa para traer la paz al Norte. En todos los casos Abercrombie nos muestra a unos personajes machacados (física y psíquicamente) de una forma casi sádica que harán todo lo posible por sobrevivir, adaptándose a marchas forzadas y convirtiéndose en unos chaqueteros que en ocasiones puede llegar a sorprender al lector al descubrirse odiando a un personaje que antes amaba o al contario.
La trama de la Unión sirve al autor para mostrarnos cómo funciona la política (con todos esos acuerdos bajo mano, los trueques entre grupos, las traiciones y la utilización de las masas para conseguir un fin) así como para hablarnos de la eterna dicotomía que siempre se muerde la cola entre libertad y seguridad. “Al final a la gente no le importa tanto ser libre. Lo que quiere es no pasar frío y comer bien y no tener que preocuparse.” De igual forma, el Gran Cambio se muestra como un reflejo de todos esos cambios que se intentaron en nuestro mundo y que dieron como resultado dictaduras cruentas debido a líderes extremistas y a un pueblo desesperado que descubre tarde que el abismo entre ricos y pobres en vez de desparecer se hace más profundo. Una vez más es contraproducente encariñarse con un personaje en concreto, pues los destinos de todos son tan volátiles como la situación política. Y cuando todo el pescado parece vendido, a falta de más de cien páginas para que La sabiduría de las multitudes llegue a su fin, cuando parece que Joe Abercrombie se ha quedado sin fuelle y nos mantiene entretenidos con unas tramas de apariencia insulsa que parecen sacadas de un culebrón barato, entonces es cuando decide dar su último magistral y certero estoque al lector, mostrando ese final inesperado pero que se venía gestando desde prácticamente el principio de la trilogía de La Era de la Locura.