El Universo Cinematográfico Marvel dio su pistoletazo de salida en 2008 con el estreno en cines de Ironman. Con la película del Vengador Dorado se iniciaba la denominada Fase 1 de un plan muy ambicioso. A lo largo de los años y a través de múltiples películas, no solo se han ido incorporando un sinfín de personajes, sino que también, mediante crossovers, se ha ido tejiendo una historia en común. De igual forma que diversos afluentes acaban desembocando en un río mayor, las películas han tenido su propia trama pero han trazado un camino en común para, y poniendo punto y final a la Fase 3, llegar hasta Vengadores: Infinity War.
El hype es real y virulento. Se extiende como lo hizo la peste negra e infecta la mente de todo aquel que anteriormente disfrutó con cada una de las producciones de Marvel Studios. Y es que los aquejados de esta dolencia, ahora ya en fase terminal, fueron empeorando con cada aparición de las denominadas Gemas del Infinito. Primero un Teseracto por aquí, que en realidad es la gema-espacio, en manos de Loki; luego un Ojo de Agamotto por allá, donde se encuentra recluida la gema-tiempo, que está en manos del Doctor Extraño… Y sí, incluso hemos podido atisbar brevemente como pinta Thanos, el Titán Loco. Lo que por el momento es toda una incertidumbre es si en Infinity War se nos explicará de dónde proviene este ser gigantesco con el insaciable anhelo de convertirse en un dios de la destrucción. Así pues, quizá sea necesario meter la nariz entre las páginas de un cómic y asistir al nacimiento de Thanos.
Pero primero deberíamos hablar de su padre. No de Mentor, su progenitor de celulosa y tinta, sino de Jim Starlin, el hombre de carne y hueso. Al guionista y dibujante le fue dada una oportunidad de demostrar sus dotes a principios de los años setenta. No la desaprovechó. En Ironman #55 USA hizo aparecer por primera vez un villano que decía ser el autoproclamado emperador de la luna Titán. Una aparición fugaz que dejaría la mella suficiente como para convertirse en uno de los villanos más poderosos de Marvel e involucrar, en sus inicios, a otros autores como John Byrne o John Buscema. En La saga de Thanos, publicada por Panini Cómics, se recogen los primeros pasos del malvado adorador de la muerte. Una primera etapa que se podría dividir en dos partes diferenciadas.
En la primera de las partes el protagonista absoluto es el Capitán Marvel. El Capitán Marvel ya daba guerra en los años cuarenta, aunque no la suficiente, así que Whiz Cómics tuvo que vender los derechos del personaje a DC. ¿Os suena Shazam? Marvel, en cambio, se quedó con los derechos de explotación de la marca, es decir: el nombre. Hoy el Marvel que nos interesa es el que reparte tortas en La Casa de las Ideas. Este antiguo soldado kree de nombre Mar-Vell intentará pararle los pies a Thanos que, tras conseguir el Cubo Cósmico (Teseracto en las películas), acabará ostentando el poder de un dios. El héroe de doble personalidad (una heroica y extraterrestre y la otra humana, cuando una entra en escena la otra queda atrapada en La Zona Negativa) no solo es utilizado por Jim Starlin para recrear batallas estelares de épica abrumadora sino que además, a lo largo de los capítulos, mejora al personaje para transformarlo en un ser con conciencia cósmica (que sería algo así como alcanzar la sabiduría absoluta a través de un chute de LSD proporcionado por un camello extraterrestre). Este primer tramo de la saga goza de grandes escenas de acción que alcanzan su clímax cuando Marvel une fuerzas con Los Vengadores, que hasta el momento habían desempeñado un papel tangencial en la guerra contra Thanos.
En la segunda parte seguimos a Adam Warlock. Inicialmente fue creado por Stan Lee y Jack Kirby y se le dio el simple nombre de Él. Intentaron convertirlo en una especie de Jesuscristo espacial, pero la idea no acabó de cuajar. Vaya, me pregunto por qué. Luego Jim Starlin retomaría el personaje, rediseñaría su aspecto, le daría nuevas aspiraciones y lo convertiría en un superhéroe (antihéroe más bien) con tal carisma que, para qué vamos a negarlo, ensombrece no solo al villano que da nombre a esta saga, sino a cualquier otro personaje que comparta viñeta con él. Junto a Adam Warlock disfrutaremos de aventuras más estilo space opera: viajar de galaxia en galaxia, meterse en líos, buscar respuestas a preguntas de índole existencial y que tienen que ver con la gema que lleva en la frente, hasta incluso acabar aliándose con Thanos. Viajes que llevarán a nuestro amigo de piel dorada a enfrentarse a paradojas espacio-temporales que pondrán a prueba sus tendencias maniaco-depresivas y que le enfrentarán con la terrible visión de su propia muerte. A lo largo de estos periplos a través del espacio también forjará amistad con seres pendencieros como el carismático Pip el Troll y con la bella y letal Gamora; ambos excelentes creaciones de Jim Starlin. Sin lugar a dudas para mí este tramo de la saga resulta no solo más divertida, sino también más espectacular, más profunda y visualmente seductora. Sobresalen capítulos como el titulado ¡1000 payasos! en el que Starlin satiriza la industria del cómic o Velatorio, en donde Los Vengadores vuelven a dar guerra, junto al Capitán Marvel, a Spiderman (tan irónico y mordaz como siempre sin desentonar en ningún momento en un escenario espacial) e incluso La Cosa. Una orgía de personajes y de acción desenfrenada que alcanza un final digno de tragedia griega.
La Saga de Thanos es una odisea cósmica, una batalla que pone en jaque a todo el universo, en la que un enérgico Jim Starlin de fértil imaginación creó un arco argumental memorable. No solo mejoró personajes y concibió nuevos, sino que además experimentó con la narración puramente visual y añadió grandes dosis de filosofía a las tramas.