La sinagoga vacía, de Gabriel Albiac
Y, de tal suerte, no cesarán de preguntar las causas de las causas,
hasta que os refugiéis en la voluntad de Dios, ese asilo de la ignorancia.
Baruch Espinosa
Aun a riesgo de reproducir el error de Uriel da Costa al asumir en su texto su desconocimiento de determinados argumentos de los Saduceos en los que basaba los suyos propios, no puedo sino comenzar esta reseña reconociendo un déficit de formación en filosofía que me ha impedido sacarle todo el jugo a la sinagoga vacía, sí es que tal cosa es posible en un libro que de tan brillante a menudo se antoja inabarcable. Pero no lo digo como justificación ni mucho menos para presumir de ignorancia, algo a lo que jamás he entendido la afición que tenemos en este país, sino para animar a aquellos que se encuentran en la misma situación que yo, a quienes la vida nos ha llevado por inquietudes formativas diferentes, a que se acerquen igualmente a esta obra de Gabriel Albiac. No se arrepentirán.
Porque la sinagoga vacía es un estudio sobre Baruch Espinosa, sobre sus fuentes y antecedentes y sobre el ambiente en el que vivió y resulta que tanto las fuentes, esas fuentes marranas de las que habla el título, como la sociedad judía amstedolama que terminó por repudiarle pero cuyo conocimiento es imprescindible para la comprensión del filósofo tienen un potencial literario increíble y una fuerza narrativa fuera de toda cuestión. Como la prosa de Albiac es brillante, consigue un relato dinámico y apasionante que hace que incluso los legos en la materia disfrutemos con la exposición de unas condiciones vitales que probablemente supongan uno de los mayores dramas íntimos colectivos de la humanidad. Si la erudición y la investigación son las almas de la sinagoga vacía, la psicología de un pueblo, el sefardita, obligado a vivir en la impostura y pese a ello castigado igualmente, es su motor narrativo.
De los personajes que Gabriel Albiac nos descubre en esta obra hay dos que, desde el punto de vista antedicho, destacan sobremanera, Uno, Uriel da Costa, lo hace desde el aspecto íntimo, porque ejemplifica el drama de los conversos, primero, las consecuencias de vivir sin más libertad que la imaginada y el otro, Sabatai Zeví, el falso profeta judío capaz de convencer a gran parte de los suyos de que era el elegido por los dioses para liberar a su pueblo y que no sólo no lo hizo sino que termino por convertirse al Islam y no por ello renunció a su supuesta condición de profeta, sino que trató de incluir la conversión en su propia fe. Un personaje así no sería comprensible sin unos seguidores obligados a fingir para no ser expulsados de su hogar y tras vivir en una mentira ser expulsados igualmente. El éxodo sefardita al Ámsterdam libre de la época nos muestra un pueblo con serias dificultades para asumirse a sí mismo y con cierta propensión a aplicar la misma intransigencia de la que fueron víctimas.
Si uno queda en deuda con Espinosa al cerrar este libro porque desea, necesita, saber más de él, no queda con un saldo más positivo en lo que se refiera a Uriel da Costa y Juan de Prado, por un lado, y Sabatai Zeví por otro. Son personaje ciertamente inolvidables y se me antoja que son un manantial literario inagotable.
El libro comienza con el herem (documento asimilable a un edicto de excomunión) por el que se expulsó a Baruch Espìnosa de la comunidad judía, y es todo un acierto porque tal despliegue de resentimiento tiene algo de hipnótico que irremediablemente lleva a las ganas de conocer más sobre quien se ha hecho merecedor de tales palabras. Hay que ser muy brillante para ser tan odiado.
…Con la sentencia de los ángeles y la palabra de los santos, excluimos, expulsamos, maldecimos y execramos a Baruch de Espinosa con el acuerdo de toda nuestra santa comunidad, en presencia de los libros santos y de los seiscientos trece mandamientos que en ellos se encierran. Formulamos este herem como Josué lo formuló contra Jericó. Lo maldecimos como Elías maldijo a los niños y con todas las maldiciones que están escritas en la Ley. Maldito sea de día, maldito sea de noche; maldito sea durante el sueño y durante la vigilia. Maldito sea al entrar y al salir. Quiera el Eterno jamás perdonarle. Quiera el Eterno alumbrar contra este hombre toda su cólera y volcar contra él todos los males mencionados en el libro de la Ley…
Andrés Barrero
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