Cuando disfrutas mucho de un libro rara vez consigues trasmitir su calidad por escrito salvo que digas aquello de «Lo mejor que he leído este año», «Una lectura que te atrapa desde la primera página» o lindezas del estilo tan manidas en otras reseñas y críticas. ¿Cómo puedo, entonces, valorar esta lectura? ¿De forma numérica? ¿Un diez sobre diez?, ¿cinco estrellas? También podría emplear un listado de imprescindibles de esta primera mitad de año en la que La tía Tula ocupara un dignísimo puesto de honor. No, todo eso no valdrá para ser franco con esta espléndida obra. Se aproxima, pero no la hace mucho más distinta de otros libros que saldrán publicados este año. Lo intentaré de esta otra forma: Cuando disfrutas mucho de un libro rara vez se convierte en uno más; pasa a otro nivel, uno que solo su lector conoce y adonde llegan unos pocos.
Esto es subjetivo, por supuesto, pero de eso se trata, para eso se escribe, para que la lectura llegue a cada lector de forma distinta y la conserve en su memoria como considere oportuno. Miguel de Unamuno fue un hombre recto y de ideas profundas sobre religión, filosofía y la España de aquella generación del 98. Germen de un pensamiento existencialista que se extendería por Europa a mitad de siglo XX, le preocupaba dar vida a unos personajes repletos de crisis emocionales y religiosas ahondando en la psicología de cada uno de ellos. Lo hacía de una manera tal que en sus cortas y precipitadas narraciones a las que llamó nivolas sus protagonistas se introducen en tu mente de lector con una facilidad pasmosa y una veracidad de la que Hemingway anhelaría. Mi primera lectura de Unamuno fue la magistral San Manuel Bueno, mártir, en la que volcó sus propias dudas sobre la religión y cuyo personaje principal siente la dualidad de creencia y falta de fe. La tía Tula es la segunda narración que leo de este genial autor vasco donde desarrolla un cuadro de costumbres español.
Todo el peso cae sobre la figura femenina de Gertrudis, la tía Tula. Durante la trama se desarrolla su psicología, sus renuncias hacia el hombre, la maternidad e incluso, llegado un punto, la religión. Tiene una hermana la cual destaca por su belleza, pero le falta el carácter y la profundidad de Tula. Es precisamente en sus ideas donde reside su propio pecado, su propia desgracia ya que se niega al amor, a la proximidad o el contacto con los hombres cediendo así ese puesto a su hermana a quien la induce a llevar la vida que considera le pertenece a una mujer: encontrar un buen marido y ser madre. Se vuelca en conseguir en los demás lo que en lo más profundo de su ser anhela para ella. Lo hace de una forma casi autoritaria, ya que su marcada personalidad es difícil de rebatir. La lectura es muy acelerada en cuanto al tiempo de la historia —se suceden varios años en sus pocas páginas— algo que no hace, en ningún momento, que pierdas contacto y cercanía con sus personajes que es donde Unamuno realiza una gran labor.
El discurso empleado por su autor es también una de las bazas importantes de la obra. Unos diálogos muy ricos en un ambiente doméstico de una España religiosa en la que se aprecia el marcado carácter de Tula así como el modo de presentar al resto de personajes, marionetas casi, de los ideales de su protagonista. Hay un paralelismo pronunciado en la lectura sobre el comportamiento de las abejas y la peculiar familia de Tula. En ella se habla de la labor que realizan las abejas reinas y los zánganos, encargados de procrear, de relacionarse entre ellos mientras que las abejas obreras son quienes se preocupan de conseguir alimento, de trabajar para que no le falte de nada a la colmena. Ese es el lugar que Tula considera que le pertenece. Ella es tía, pero también madre de sus sobrinos e incluso de sus nietos, porque ella trabaja y se desvive por cada uno de ellos como una madre debería hacer. Ella renuncia a sus deseos más íntimos por un pensamiento religioso, un desdén que se vuelve incluso en contra del cristianismo por considerarlo una religión de hombres. Ella teme enamorarse porque cree que eso no es para lo que nació, rechaza así el contacto con los hombres y su ilusión de ser madre. «[…] esa fortaleza, hija mía, puede alguna vez ser dureza, ser crueldad» le dirá el párroco a Tula cuando observa cómo ella trata a los hombres.
Es una obra que se lee de una sentada, se disfruta en cada página, con cada diálogo. Libro de necesaria lectura para comprender el ingenio de Unamuno y de una época de la literatura española que brilló gracias a los autores que conformaban la promoción del 98 y que Ediciones B edita en su colección de clásicos, como no podía ser de otra forma. Y es que rara vez un libro pasa automáticamente a la categoría de clásico.