He tenido el goce de disfrutar de dos obras del autor italiano Gipi en disciplinas distintas: una, como director, guionista y actor de cine con la película Il ragazzo più felice del mondo; la otra, como dibujante y narrador de tebeos con este espectacular La tierra de los hijos. Que no me deje indiferente, sea cual sea el medio a través del cual me llegue, se ha convertido en un hecho. En cuanto a la película, se estrenó en el pasado Festival de Cine Italiano en los cines Princesa de Madrid. La temática no podía sino ir ligada aquello que tanto ama Gipi: el universo del cómic. Cuando salí de la proyección, quise interesarme por su faceta como dibujante y encontré algunos títulos ya disponibles. El último, este del que voy a tratar, se me hizo de lectura inaplazable. Entre otras cosas, por su argumento, que juega a medio camino entre algunas novelas clásicas del género apocalíptico: La carretera, de Cormac McCarthy, El país de los últimas cosas, de Paul Auster y La peste escarlata, de Jack London. Por otro lado, y no porque me deje llevar por los reconocimientos y galardones, pero es el tebeo nominado a mejor obra internacional en el Salón del Cómic de Barcelona (en el momento de escribir este texto aún no se ha celebrado el Salón, pero yo apuesto por él).
Bien, esto merece un comentario algo más crítico además de quedarme en lo anecdótico de las referencias textuales. El argumento es sencillo: La tierra de los hijos se desarrolla en un futuro oscuro donde no existe la civilización tal y como la conocemos. Trata de una familia formada por un padre y sus dos hijos que habitan en lo que ellos llaman “la zona buena”. Allí deben intentar vivir de la pesca, siempre y cuando no esté envenenada; de la caza, siempre y cuando sirva como objeto de trueque con el que conseguir mejores provisiones; y, sobre todo, evitar el contacto con todo lo que no pertenezca a su zona. El padre es quien ha enseñado esta regla primera a sus hijos, y será a través de ellos como conozcamos los porqués de todo. La soledad del terreno, sumado al desconocimiento por parte de los hijos —y, por ende, también del lector— de todo lo que existe en el exterior consigue evocar una sensación de angustia absoluta. ¿Qué o quiénes hay en la otra zona?
El relato ahonda en la educación que han recibido los hijos. Ellos han nacido en ese mundo oscuro, no han conocido lo que hubo antes. De vital importancia y fuerte conmoción en el cómic es uno de los diálogos que mantienen los personajes del Padre y la Bruja en uno de sus encuentros en la cabaña. Lo transcribo tal cual:
(Padre) ¿Qué debo hacer? ¿Contarles que antes los perros descansaban en las alfombras junto a los sofás, en casas calientes, secas, y que en vez de comérnoslos los acariciábamos? Si hiciera eso tendría que explicarles qué es una alfombra, un sofá, una casa seca.
(La bruja) Y las caricias, también tendrías que explicarles eso.
Las ilustraciones a lápiz que acompañan el texto son desgarradoras. De un dibujo, digamos, feísta, surge una belleza narrativa inigualable. Se produce cierta tensión en los silencios, en las miradas apagadas de los personajes, se puede hasta sentir el viento azotando los rastrojos del paisaje. Los hijos, diferentes entre sí, sienten los mismos miedos que pertenecen al mundo que conocemos, esto es, a quién quiere papá más, por qué mamá nos abandonó, por qué yo no encajo y tú pareces conformarte; pero también sienten temores que nosotros, ciudadanos del primer mundo, ni por asomo somos capaces de imaginar. No quiero desgranar mucho porque es un cómic que se disfruta en todo su esplendor, es decir, imagen y texto por igual, que en La tierra de los hijos es de un deleite mayúsculo.
El propio título y la portada ya avecina realmente el sentido profundo de la obra de Gipi. La tierra como símbolo de perdurabilidad, lugar que pretendemos dejar a posteriores generaciones. El fondo de la portada se muestra completamente oscuro, pero con un gran círculo blanco de luz en el centro. Parece como si estuviéramos en un profundo pozo desde donde se divisa el exterior, una luz, una posibilidad, quizás, de vida. Puede que alguna generación posterior, no tardando mucho, se encuentre en esa profundidad y deba enfrentarse a buscar una luz. Este cómic representa, como otras obras del género, una llamada de atención a la importancia de la educación que daremos a las siguientes generaciones y del mundo que les vamos a dejar. Sin duda, Gipi no deja indiferente.