Cuando tenía doce años viajé a Fantasía para conocer a Bastian Baltasar Bux y a la Emperatriz Infantil. Con dieciocho me enamoré completamente de Harry Potter y de Frodo Bolsón. Y en otra ocasión me escondí dentro de un armario para acompañar a los hermanos Pevensie a Narnia.
Muchos años más tarde, en la actualidad, una treintañera como yo sigue enganchada a la literatura fantástica infantil y juvenil. Y por ese motivo, cuando leí la sinopsis de La Tierra del Rugido, primer libro de una trilogía escrita por Jenny McLachlan, no me pude resistir a adentrarme en el universo creado por esta autora.
En él tenemos a dos mellizos de once años, Ruth y Gido. Cuando los hermanos eran pequeños inventaron un lugar mágico lleno de dragones, magos ninja, sirenujas —mitad sirenas mitad brujas—, y muchos más personajes que solo vivían en sus cabecitas. Con el tiempo, ese lugar llamado Rugido permaneció dibujado en antiguas libretas pero olvidado para los mellizos.
Sin embargo, un día en casa de su abuelo, el desván les demuestra que tal vez Rugido no es solo un recuerdo, sino que es más real de lo que creen.
Y hablando de recuerdos, ¿os acordáis de la película Jumanji? La de los 90. Sí, ¿verdad? Pues a mí esta historia me ha recordado a ella. A Jumanji y también un poco a Oz y a Nunca Jamás. Un lugar repleto de belleza y peligros que te hace madurar, ser fuerte y afrontar los miedos.
Así es Rugido, con personajes buenos como Wininja y malvados como Crowky, un espantapájaros con alas de cuervo que representa nuestros miedos infantiles. Pero, ¡no temáis! Porque ante todo esta es una historia llena de aventuras y sorpresas que encantará tanto a mayores como a pequeños, pues sus capítulos son cortos, mantienen la intriga y el narrador, que es el propio Gido, nos hace partícipes de todo lo que ocurre para que disfrutemos desde dentro, con sus propios ojos, desde la primera fila.
Además, quiero recalcar que me ha resultado enternecedor y necesario el papel que desempeña el abuelo de nuestros protagonistas, porque sin él esta historia no habría sido la misma. Eso me alegra, ya que nos hace ver la importancia de las relaciones entre abuelos y nietos. Totalmente únicas, sin duda.
Por otro lado, creo que las hermosas ilustraciones en blanco y negro dibujadas por Ben Mantle para hacer más auténtica la aventura de los hermanos son perfectas para esta historia porque así permiten que el color se lo pongamos nosotros con nuestra imaginación.
Y es que esta novela es un grito precisamente a eso, a la imaginación. Y por supuesto a la lectura, al poder de los libros. Nos enseña lo necesario que es inculcar este hábito en los niños, en nuestros hijos, en nuestros alumnos, en cualquier pequeño que tengamos el placer de conocer. Porque, ¿qué es un niño si le robamos el placer de utilizar su mente para viajar a otros mundos a través de los libros?
Si sustituimos los libros por los móviles, estaremos privándoles de algo maravilloso que debería formar parte de la infancia. Pues los libros son una vía para estimular su creatividad, un canal que les ayuda tanto a descubrir otras formas de vida, otros lugares y personajes, como a aprender vocabulario y gramática.
De hecho, la propia autora nos muestra esto que os acabo de decir a través de los dos mellizos, antes tan parecidos, disfrutando de los cuentos y de sus juegos juntos, y ahora tan diferentes y distantes porque Ruth se cree superior a Gido desde que tiene un móvil, cosa que acapara todo su tiempo, mientras que este permanece fiel a su mundo interior cargado de fantasía.
Ambos me han hecho ver las dos caras de la infancia en diferentes generaciones. Gido, como aquellos niños de los 80 y 90, que disfrutábamos con los amigos en la calle, jugando a las chapas, a las canicas, a la comba o a la goma; y Ruth, como los nacidos en el nuevo siglo, tan temprano y ya con un móvil en la mano.
En conclusión, Jenny McLachlan nos regala un viaje a nosotros mismos, a nuestros recuerdos, a aquellos tiempos en los que nos divertíamos dibujando todo lo que nuestra mente era capaz de crear. Un viaje al país de los sueños que nunca debimos abandonar porque cuando dejamos nuestra imaginación atrás algo muere en nosotros y en el mundo que nos rodea.
Y ya que nosotros tuvimos la oportunidad de ser libres para imaginar e inventar, consigamos que los niños de hoy en día disfruten también de ese mismo viaje gracias a libros como La Tierra del Rugido.