Reconozco que me costó entrar en La Tierra hueca, la novela de Beatriz García Guirado. ¿Qué queréis? Hablaba de Ombligo de Eva, un pueblo de los infiernos bajos, en el que la gente se comporta como salvaje; allí, en la Nochebuena de 1968, llovieron piedras con olor humano, y Gustav Valiente, que acabó siendo astronauta, las recogió junto con su padre; y en 1981, a 600 kilómetros de allí, el fenómeno se repitió sobre la cama del joven antropólogo Alexander Gorski, y así conoció a Gustav, que le suplantaría la vida y la muerte. ¡Demasiada información desconcertante! Estaba descolocada. Tan descolocada como el narrador de esta historia cuando leyó en el periódico que habían encontrado la cabeza reducida de un norteamericano desaparecido en la selva de Nakajo y, en la fotografía que acompañaba, vio que era su amigo Gustav Valiente. Sin embargo, en el artículo aseguraban que se trataba de la cabeza de Alexander Gorski. Pero no era posible, porque Alexander Gorski era él. ¿Me seguís? Así arrancan las aventuras de Gorski en Nakajo, adonde viaja para esclarecer el malentendido.
Beatriz García Guirado se sirve de mitos, tribus, maldiciones y espíritus para adentrarnos en la selva de Nakajo. Más allá de ser un lugar, la selva es un ente con memoria y lleno de rencor, harto de que los gobiernos permitan que las empresas ordeñen el país y se alíen con la bicha, esos especuladores de suelo, metaleros que aguijonean las montañas, marchantes de personas. Como dice uno de los personajes a Gorski, «La selva saca lo peor de nosotros». Y él pronto lo va a comprobar, pues, siguiendo el rastro de su ex mejor amigo, se encontrará a sí mismo.
La Tierra hueca es una novela difícil de definir, pero hay una frase en sus páginas que creo que define bien su esencia: «Cuánto más profundo, más salvaje; cuánto más salvaje, más oscuro». Así la sentía yo a cada página que pasaba. La verdad es que me ha sorprendido la agilidad narrativa de Beatriz García Guirado, su manejo del lenguaje, sus sentencias certeras, su humor sutil pero constante. Y, sobre todo, me ha asombrado descubrir que los elementos delirantes que entrelaza en esta historia están basados en la realidad: las tribus y leyendas que aparecen forman parte de las comunidades indígenas del río Xingú, en Mato Grosso (Brasil), y las historias de los aventureros desaparecidos y sus cabezas reducidas están inspiradas en personajes reales. Ella misma explica cuáles han sido sus referentes para escribir La Tierra hueca en las páginas finales del libro y reconoce que también ella lleva la selva dentro desde que viajó a Brasil.
Es cierto que tardé en entrar en la historia de esta novela, como también lo es que me ha fascinado a pesar de ello. Tal vez no haya desentrañado el significado de todos sus símbolos, pero, como dice la autora, «los símbolos lo son todo, no necesitan ninguna explicación». Por eso, si sois capaces de explorar sin brújula la selva que habita en La Tierra hueca, os aseguro que os subyugará la andadura.
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