No sé qué tienen los libros de brujas (no digo los cuentos, aunque también) para llamarme tanto la atención y, si me parece que son buenos, querer leerlos. Me encantó el Ars mágica de Nerea Riesco, Los archivos de Salem de Robin Cook y la saga de las brujas de la Rice. He leído algunos más, pero andan por ahí, perdidos en alguna cuneta de mi memoria. Puede que sea la fascinación por los tiempos en los que la Inquisición o los lugareños de Salem, creían en ellas y las ejecutaban tratándose de mujeres del todo inocentes (al menos en lo que a brujería se refiere), y toda la sarta de tratados (como el famoso Malleus Maleficarum al que aún no he hincado el diente) llenos de características de lo más curiosas para identificarlas y enumerar sus deleznables acciones.
O puede que sea que me guste pensar que realmente existieron (y existen) pero, como en cualquier peli de terror, te sientes a salvo en la distancia, en la seguridad de tu casita, con un libro o tele interpuesto. Que en el fondo, aparte de envidias y malos rollos, las gentes de aquellas épocas se olieron algo y el miedo les empujó a quemar a esas mujeres que comían niños, bailaban desnudas (¡oh, qué desvergonzadas!) y adoraban a Satanás…
Da igual el motivo. Hay que cosas que te gustan y punto. ¿Para qué buscar explicaciones?
La última bruja me ha hecho disfrutar tanto como los libros mencionados en el primer párrafo. Coincido con la contraportada cuando afirma que Mayte Navales es heredera directa de Gaiman, King, Rice y Rothfuss, (pero no con Eduardo Noriega al decir que si te gusta Juego de Tronos te gustará este libro… ¿WTF? No encuentro similitud con la serie por ningún sitio) y añado que también me ha devuelto aromas del Follet de Los pilares de la tierra e incluso algo del cuento de Hansel y Gretel, un detalle que, como guiño, me ha parecido genial. Tiene esos elementos mágico-oníricos que tanto gusta a esos autores. Pero además, estamos ante una historia muy poco vista y la (¿involuntaria?) pretensión de hacernos creer que las brujas han existido como tal siempre, desde tiempos remotos, hasta la actualidad. Y lo que es más, consigue que te lo creas, porque la historia está bien construida y los personajes, a pesar de lo increíbles que son, tienen alma en las palabras de Mayte Navales, tienen profundidad y evolucionan considerablemente a lo largo de todo el relato.
No es fácil describir la trama. Básicamente es la crónica de dos brujas milenarias (una nacida en la Edad Media y la otra mucho mucho antes) y de cómo estas, cual el programa de televisión El último superviviente, juegan a vivir sus muchas vidas y sobrevivir haciendo todo lo necesario para ello.
En La última bruja vamos a encontrar fantasía, drama y también terror. Son brujas de verdad. De las que cambian su aspecto viejuno por el de preciosas mujeres para seducir a hombres de aura azul, de las que lanzan hechizos y vuelan, pero también de las que tienen sus sentimientos y su razón de ser, de las que sufren, curan y son perseguidas. Y de las que obtienen gran parte de su poder de los nombres. Por eso siempre los ocultan, se los inventan o se apropian de los nombres fuertes de la naturaleza y preguntan los nuestros.
–¿Y qué nombre debo usar?
–Cualquiera de los que he usado contigo. Yo te oiré.
–¿Algo más?
–No permanezcas demasiado tiempo en el mismo sitio. No te fíes de nadie. Que nadie te conozca–fue el último consejo que le dio.
Este es un libro que merecidamente pasará a reunirse con los libros ya mencionados. Los que recordaré siempre con cariño porque me entretuvieron, robaron horas al sueño, agrandaron mi particular universo de ficción y consiguieron que pensara en sus personajes días después de acabar su lectura.
Mayte Navales, finalista del Premio Minotauro con esta novela, se ha hecho un nombre en el género. Y ya sabemos el poder que tienen los nombres…