“La última mujer” de Charles Masson
Hay que ver de lo que es capaz un otorrinolaringólogo (y no me refiero a su destreza con un laringoscopio, que imagino que la tendrá, sino con lápiz y papel). Sabía que Charles Masson (no confundir con Charles Manson) tenía en su haber ya otras tres obras —dos de denuncia social y una acerca de sus experiencias como médico— pero no había tenido oportunidad de acercarme a él hasta ahora. Y visto lo mucho que me ha gustado la historia y la forma de contarla, creo que tendré que agenciarme de alguna forma alguno de sus trabajos anteriores.
También parece que voy a tener que sacar tiempo de entre mi pila de lecturas pendientes, para leer El libro de arena, de Borges, o al menos uno de los cuentos en él incluidos, que es algo que tengo en la cabeza desde hace tiempo.
¿Viene esto al caso? Sí. Totalmente. (¿Cuándo menciono yo cosas que no vienen al caso?) Y viene a colación porque, tras investigar un poco la información de la última viñeta de La última mujer, compruebo que, no sé si la estructura también pero sí al menos la idea de este cómic, es un “homenaje” al libro del escritor argentino.
Un hombre, de unos cincuenta años, que acaba de sufrir una ruptura sentimental, viaja en coche de Alemania a Lyon. Por el camino recoge a Al, un joven autoestopista, más que nada para que le de conversación y no acabe empotrándose contra un árbol por dormirse al volante al conducir de noche y solo.
No daré pistas, ya he dado bastantes —e incluso esta frase que lees ahora es una pista—, pero el lector en seguida comprenderá quién es ese joven autoestopista.
Bueno, pues a partir de ahí, tal vez inspirado por una canción de colegio en la que se recita el abecedario, nuestro hombre, Albert, le cuenta a Al su historial de novias. Curiosamente todas han seguido el orden alfabético. De la a a la z. Curiosamente también, el chico, Al, aparece y desaparece y, también curiosamente, Albert toma unas sospechosas pastillas con un smiley impreso en ellas, que nos harán dudar de si Albert está loco y se inventa todo, nada o sólo una parte de lo que cuenta.
Primer amor, historias de sólo sexo, historias de amor verdadero, vivencias compartiendo piso, amores platónicos, amores interraciales, episodios psicodélicos, rupturas trágicas, rupturas espontáneas, rupturas que llevan incubándose mucho tiempo, responsabilidades derivadas de la relación, tríos,… En resumen 27 clases de mujer, de temperamentos, de relaciones, de amor y sexo.
Masson nos cuenta una agradable historia de historias —con alguna nos sentiremos identificados, es inevitable— y lo hace como quien queda con un amigo en un bar y le cuenta su última ruptura mientras toma una cerveza. Pero no lo hace con un tono triste y derrotista. Al contrario. El protagonista se muestra esperanzado, no hace falta consolarle ni animarle. Él mismo lo hace. Mientras haya alfabeto hay vida, pero tampoco quiere tener que llegar a la z y empezar de nuevo. Espera que la z, sea su mujer definitiva, “la última mujer”.
La última mujer goza de buen dibujo en blanco y negro, una historia bien narrada, personajes cercanos y un toque de locura (¿o no?) que configuran una lectura sólida, entretenida, recomendable y recordable.