Comenta en el epílogo Marc Pastor (autor de La mala mujer, libro que trata el mismo tema que el de este cómic), que supo con asombro de la existencia de la vampira del Raval en un programa radiofónico de noche en 2003. Tanto le atrajo la mezcla de rumores, confesiones, maldad, leyenda, ficción, las diferentes versiones de una misma mujer (¿prostituta?, ¿psychokiller?, ¿aristócrata?) y el misterio en torno a los cómplices que no fueron identificados, que buscó material, solo por curiosidad, y acabó escribiendo una novela.
Yo, en cambio, la conocí más recientemente. Concretamente en un episodio de la segunda temporada de la estupenda serie española El Ministerio del Tiempo. Es posible que hubiera oído el apodo la vampira de Barcelona alguna vez. O más de dos. Pero siempre se quedaba ahí, en el nombre.
“Todo país europeo que se precie –continúa Pastor– merece tener su leyenda negra”. Está claro que Enriqueta Martí, el nombre real de la secuestradora de niños, forma parte de la de España más oscura. Se la acusó de secuestrar, prostituir, sacrificar y descuartizar niños y además de obtener su sangre y su grasa para ungüentos y prácticas de curanderismo que vendía a la burguesía catalana (en esto último es comparable al caso del sacamantecas Romasanta).
“…con grasa de criaturas
hace ungüentos para unturas…”
El cómic que nos ocupa comienza con la desaparición en febrero de 1912 de la niña de cinco años Teresita Guitart. Sin embargo, no fue esta la primera desaparición que se producía en el Raval, aunque sí fue la gota que colmó el vaso. Ya no valía con culpar a los gitanos y quemar sus chabolas para calmar al populacho. Por fortuna, poco tiempo después se encontró a la niña y se detuvo a Enriqueta. A partir de aquí lo que vemos son los hechos que marcan la investigación: la búsqueda de pruebas incriminatorias, las continuas contradicciones de la acusada y los intentos de), a los que no se sabe si se llegó a juzgar alguna vez.
Pruebas que desaparecen, corrupción, poder, dinero… Por desgracia, lo que vivimos a diario en este país no es algo nuevo, ya viene de antiguo, y de serie en algunos ejemplares.
La vampira de Barcelona no ha querido hacer una versión femenina del hombre del saco, ni conferir una imagen vampírica, a pesar del apodo, (al menos no en su concepto literal) ni cosas sobrenaturales ni cuentos metemiedos para asustar a niños o viejas. Se ha despojado de leyenda y se ha querido ceñir a la hemeroteca, documentos policiales, actas judiciales y conversaciones en la celda. Investigación pura y dura.
Me parece además un acierto que los responsables no se hayan decantado por ninguna opción y hayan dejado el final abierto para que el lector sea quien decida su verdad. (Hay que recordar que ni siquiera la muerte de Enriqueta está clara y no se sabe si la lincharon en la cárcel, si murió por un cáncer de útero,…)
En cuanto a la forma, sorprende mucho el hecho de que visualmente el dibujo tenga una estética limpia, unos colores cálidos y una luminosidad que podría chocar a la hora de ambientar una historia tan tétrica como esta, –ya que lo esperable sería justo lo contrario–, pero que da muy buen juego, precisamente por ese contraste entre lo real de lo cotidiano y lo terroríficamente real. (Aunque es cierto que en algunas viñetas los ojos de Enriqueta son tan negros y grandes que parecen tiburoniles y provocan escalofríos).
Pero es que además, la guinda es la riqueza plástica que se ve en el vestuario de la época, la recreación de los interiores, las calles, los rostros, el equipo de bomberos… No solo ha habido documentación en lo puramente narrativo, sino que también ha ocurrido lo propio a la hora de empaparse de fotos de la época.
La vampira de Barcelona es un cómic excelente basado en unos hechos horribles, que ahonda en las miserias de unos tiempos de oscuridad y de podredumbre en donde también se vislumbra una luz esperanzadora de racionalidad y dignidad, tratado con un gusto exquisito.
Buen ritmo narrativo, gran dibujo y un misterio aún sin aclarar del todo.
¡Pero qué pedazo de autores (e historias reales) tenemos en España, pardiez!