La ventana

Reseña del libro “La ventana”, de Isabel Alba

La ventana es el primero de muchos libros que leeré con el tema del confinamiento y la pandemia en el centro. La humanidad necesita novelar y narrar para reflexionar e integrar lo acontecido históricamente. En este caso la protagonista sufre el síndrome de la cabaña, teme salir de casa y estar en espacios cerrados sin ventilación. Ha sido una de las personas que ha perdido un ser querido con la crisis sanitaria del coronavirus y su desasosiego existencial es transmitido por Isabel Alba con una forma de escritura fragmentaria, sin puntos en ocasiones y aniquiladora, a su vez. 

“Tengo que contar lo que ha pasado

En el centro de la página: las palabras se extienden como los tentáculos de un pulpo en torno al pronombre nosotros

Comunidad

Virus

Angustia

Sin sentido

Pensamientos

Una conversación

Belleza

Una idea

Antidepresivos

Lágrimas

Júbilo

Conciencia

Coacción

Conocimiento

Libros

Nostalgia

Mirada

Depresión

Oscuridad

Intuición

…” (p. 25)

La situación inédita que ha vivido la humanidad de manera global sin poder salir de sus casas tiene muchos matices que aún no se han incorporado en el relato social. Uno de ellos, que explora esta historia, es La ventana como objeto. “Las ventanas son ojos que todo lo ven. (…) Porque detrás de las ventanas hay gente. Aunque nadie la vea. Desde el confinamiento siempre hay gente” (p. 46). Como si se tratara de un organismo vivo es el eje sobre el que orbitan la protagonista y el resto de personajes que aparecen y desaparecen como si fueran reflejos. La vecina, la persona amada ausente, la madre o la doctora. Un universo de féminas que no comprenden lo que está pasando ni cuál es su lugar en el mundo. Con poco margen de movimiento porque la ansiedad, el miedo, la precariedad y el poder les limita su capacidad de elección. Ella es/era ilustradora y no tiene un chalet en la sierra donde existir segura. Siente la amenaza en cada rincón de su pequeña vida y le falta el aire.

Esta es una historia difícil de leer y de contar. Me sirve como argumentario para recordar a aquellas personas que eligen sus lecturas “al peso” que los libros pequeños no siempre son ligeros. Las miserias de la condición humana son escupidas en cada página sin necesidad de recurrir a pasajes violentos o melodramáticos. Lo peor está en nuestras cabezas. Especialmente, si como a la protagonista, te preocupa o te interesa el cuerpo y la dimensión corpórea de la realidad. Como bien repite de manera obsesiva a lo largo de la historia: “el espacio es una cuestión de poder”. Cuanto más poder tienes más espacio ocupas y viceversa.

La ventana también es la narración de un duelo. Todas las fases están representadas. La negación, el dolor, la ira, la tristeza o el pánico. “No se puede preguntar a una ausencia. A un vacío. A un hueco en el corazón” (p.60). Quien ha perdido a alguien cercano sabe que cuesta digerir el no-ser de esa persona sobre la que aún tienes un vínculo, una conexión que quizás sea para siempre, pero que desde la pérdida lo es sin nadie al otro lado.

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