La verdadera historia de la nariz de Pinocho, de Leif GW Persson
Paradójicamente, el mejor escritor de novela policiaca de Suecia no escribe novela policiaca. O no siempre, o no todo el tiempo. Ese escritor es Leif GW Persson, no tan conocido por estos lares como otros, y sin embargo, a juicio de quien esto redacta, claramente superior a ellos. Es la cuestión que Persson escribe novelas sobre policías, y sobre crímenes, pero no necesariamente, o no siempre novelas policiacas, ya que éstas, como manda el género, tratan sobre el restablecimiento del orden mediante la resolución de un crimen; en cambio, en las novelas de Persson, no siempre se restablece el orden, o no se restablece por completo; quedan cabos sin atar, quedan culpables sin castigo, o queda en pie, encarnando la corrupción, la inmoralidad, el egoísmo a machamartillo y la burla a muchos de los principios de la convivencia, quien viene a ser el protagonista de la serie cuya tercera entrega es La verdadera historia de la nariz de Pinocho: el inspector de la policía judicial Evert Bäckström.
El mensaje implícito parece claro: la sociedad y la misma institución policial están corruptas, puesto que permiten y hasta patrocinan el ascenso imparable de un elemento como Bäckström. Persson nos cuenta sus historias haciendo buen uso del brochazo grueso, provocándonos muchas veces la risa, bordeando el surrealismo cuando no sumergiéndose de lleno en él, y sin embargo, tras la máscara de la hilaridad se oculta el grito de horror, el asombro y, en ocasiones, la lágrima ante la decadencia moral y social que hemos tolerado y hasta alentado, incluso en el modelo de sociedad tenido por más admirable y digno de imitación, el de Suecia. Como suele suceder en la literatura y en la vida, los extremos más antagónicos se tocan, y quizá sea la astracanada desaforada, como en el mundo bäckströmiano, la forma más abierta y más efectiva de crítica.
Todo ello no impide que Persson sea hábil constructor de eficaces relatos policiacos que mantienen el suspense hasta el final y constituyen lecturas adictivas. La verdadera historia de la nariz de Pinocho no sea tal vez el ejemplo más representativo de este esquema, puesto que la trama policiaca es aquí más tenue que nunca, cediendo paso a la bufonada, al vodevil histórico-policiaco-social y a la alegoría de contornos menos definidos que nunca, de tal forma que no resulta siempre fácil seguir el hilo de la historia que se nos cuenta. Esta vez, dicha historia implica a Evert Bäckström en varias investigaciones conectadas entre sí, incluyendo el asesinato de un famoso abogado de mafiosos y gángsters, la peripecia de un objeto de incalculable valor por varios países y varias épocas, la búsqueda de un testigo y una denuncia por maltrato a animales. Sí, es tan complicado como suena, y el hilo se pierde y se recupera a medida que el relato avanza por colinas y hondonadas, de interés desigual.
Como decimos, La verdadera historia de la nariz de Pinocho es la más irregular de las tres novelas protagonizadas por Evert Bäckström, y debería leerse sólo después de las dos anteriores, Linda, como en el asesinato de Linda y Quien mate al dragón. Sin embargo, es aquella que más se aparta de las convenciones del género -algo que puede disuadir a muchos lectores-, compensando los altibajos de la trama detectivesca con la invitación a la reflexión sobre el tipo de sociedad que hemos construido en la Europa desarrollada. Persson está más empeñado en mostrarnos los múltiples vacíos, vicios y cegueras de esa sociedad que en sorprendernos con la resolución de un crimen. Se trata de una sociedad en la que, por mucho que triunfe el imperio de la ley, tal imperio no es jamás completo ni plenamente satisfactorio.
Al final siempre queda un regusto amargo, el de la impunidad, el de la injusticia evidente y, lo que es peor, el de la indiferencia unánime. Después de la carcajada por las payasadas malintencionadas de Bäckström (el autor ha cargado la mano más que nunca en este aspecto), quedan la reflexión y la crítica. Los episodios surrealistas o grotescos no pueden ocultar los trazos amargos, casi trágicos, con los que se dibujan, con aparente frialdad, otros lances protagonizados por personajes de ésos llamados secundarios, cuyas historias, a poco que se les preste atención, son las realmente importantes de toda la novela; historias con un parecido escalofriante a la vida real.