Hay gente que tiene grandes sueños sobre cómo pasar los últimos años de su vida. Ya saben, una vejez tranquila en enormes casas situadas en ciudades de renombre, con viajes de ensueño cada pocos meses a lugares exóticos y retiros dorados a zonas costeras, donde la única preocupación sea la de darse la suficiente protección solar cada mañana. Los míos diría que son más grandes aún. Mi idea es que, cuando me llegue la edad de jubilación (que, haciendo un cálculo optimista, estará sobre los ochenta años para esa época), haya ahorrado lo suficiente para retirarme a la casa de piedra que tiene mi familia en un diminuto pueblo metido entre montañas, preparar adecuadamente el huerto, comprar unos cuantos animales y regresar a la civilización sólo cuando sea estrictamente indispensable. Nada me haría más feliz. Y a este respecto puedo decir que La vida en el campo, de Julia Rothman, ha sido otro empujoncito más para seguir conservando esas ganas de regresar a donde uno se puede sentir realizado con tan poco.
Con dibujos sencillos y alegres, la autora ha hecho un compendio de todo aquello que considera necesario para vivir y disfrutar del campo. Las explicaciones que acompañan a las ilustraciones no son demasiado técnicas ni minuciosas ni lo pretenden; el deseo de Rothman parece ser más el de acercar el mundo rural a tantos y tantos que se han distanciado de él (o que ni siquiera han tenido la oportunidad de conocerlo) que el de hacer un manual propiamente dicho. Ello no quita para que se aporte información sumamente interesante sobre aspectos que, aunque solo sea para aumentar nuestra cultura general, resultan enormemente curiosos, como el nombre de los hilillos blanquecinos que sobresalen en la yema de los huevos de gallina cuando los rompemos (chalazas) o la cantidad de litros de agua que consumen diariamente distintos animales de granja.
Titulado originalmente Farm anatomy, como parte de una serie de libros ilustrados que se completa con Nature anatomy y Food anatomy, más que para leer se trata de un libro hecho para disfrutar. Lo visual predomina enormemente sobre los textos y uno va pasando sus páginas sin apenas darse cuenta. En las ilustraciones se nota el aprecio que la autora tiene al campo, ya que a la jovialidad que transmite el dibujo se le suma un colorido muy vivo. La paleta de colores que emplea Rothman en este trabajo es muy variada y predominan sobre todo los colores cálidos y alegres. De hecho, ni siquiera es necesario tener el más mínimo interés por salir de la ciudad; La vida en el campo es principalmente un trabajo artístico, que puede disfrutarse perfectamente entre tubos de escape y veranos de cuarenta grados de temperatura a la sombra. Aunque exigen algo más de imaginación, desde luego.
Atractivo e interesante a partes iguales, este es un libro que espero poder retomar dentro de unos cuantos años, cuando llegue la hora de dejar de vivir para trabajar y de empezar simplemente a vivir. De momento seguiré echándole vistazos de vez en cuando, para abstraerme de los días en los que cuesta imaginar que hay algo más allá de los objetivos laborales y del nuevo dispositivo revolucionario de Apple. Aunque cueste creerlo.