La vida en obras, de Alberto Marcos
Todos tenemos un hueco, un espacio vacío que vamos rellenando con el cemento de los días. Esa masa que se crea con las decepciones, con las alegrías, con los movimientos rutinarios que da la existencia, que da el tiempo que nunca se detiene. Crecemos abrigados por una tela que no nos libra de las inclemencias, de la lluvia convertida en lágrimas, de la ira transformada en un puño cerrado, de los vientos cambiantes como el humor. Nos construimos, a tiendas, palpando nuestra piel y queriendo saber en todo momento qué será de nosotros, de lo que nos rodea, de lo que nos prometieron y nos negaron a un tiempo, creando desde la base lo que seremos y lo que dejaremos atrás, sin mirarlo de reojo, pero recordándolo a cada instante. La vida en obras es eso, es construirse, es crear y romper, es ser cuando nadie te dice que seas, es gritar cuando todo permanece en silencio. Es lo opuesto a la tranquilidad, porque las emociones, las que explotan en un solo segundo, necesitan evacuarse, salir rodando por las cuestas que nos esperan a lo lejos. Es caminar en un paraje escarpado, con las minas que explotarán a cada paso, mientras nosotros vamos formándonos, vamos creciendo, vamos haciéndonos adultos sin entender siquiera qué significa eso, la vida adulta, lo que se presupone que debemos ser y nadie sabe describir. Es un viaje que todos hacemos, obligados o no, por los recovecos que encierra un alma que quiere luchar, que quiere convertirse en algo que un espectador admire. Son relatos pero en realidad no lo son, porque en estas obras no se esconde la ficción sino la vida, la escurridiza vida que como el agua se filtra entre los dedos cuando quieren capturarla.
Tengo una manía: necesito, después de leer varias novelas, sumergirme en el mundo de los relatos. Me provocan ese momento de respiro, ese saber que en varias páginas la historia terminará y podré quedarme con una historia que, en resumen, convierte su corta extensión en una obra digna de mención. Alberto Marcos, conoce el mundo, pero mucho más que eso, conoce la incertidumbre que crece en el pecho de un adolescente que crece sin tener un rumbo fijo al que agarrarse. Historias de descubrimiento, historias de identidades perdidas que se encuentran en, qué cierto es a veces, unos cromos de Barbie pegados con devoción, o en una lata de conservas que va de piso en piso, que viaja cuando es el derrumbe lo que está a punto de ocasionarse. La vida en obras hace honor a su nombre, a una edad en la que los cimientos no se han sustentado en nada, en que el espacio vacío, el hueco que es quiénes somos aparece de pronto con interrogantes que nos persiguen a cada paso. Una disección de una edad, que en realidad son muchas, porque el miedo a crecer, a verse frente a las escaleras que nos llevarán a un nuevo destino, o ante la puerta que debemos dejar cerrada, es innato al ser humano, a ese ser humano que tan bien describe el autor en estos relatos, en estas vidas que se bifurcan en atajos que llevan a callejones sin salida. Catorce relatos que son tesoros, que se encuentran al abrir un libro, al abrir este libro, que sigue siendo un tesoro porque pocas veces podemos vivir catorce vidas tan intensas como estos relatos.
Me rindo siempre a la evidencia de que me encanta leer, que disfruto conociendo a autores como Alberto Marcos que me llevan más allá de la simple escritura, de la lectura más simple, y que hacen que caiga en la reflexión, en el pensamiento de que lo que acabo de leer forma parte de mi vida, de la vida de un espectador que pasa las páginas con adoración, cual seguidor enfervorecido, porque La vida en obras cuando llega se descalza para quedarse, apoya los brazos en nuestro asiento favorito y se aposenta como esos invitados que no quieres que se vayan nunca. Hoy es un placer escribir una reseña, con ese sentimiento de haber disfrutado de lo que los ojos han leído, de lo que el cuerpo ha incrustado en su piel, como esos tatuajes que llevan tiempo acompañándonos. Hoy es un buen día, porque en el fondo, son las lecturas como ésta las que dan un sentido a lo que hago, a lo que escribo, a lo que forma parte de mi vida que, al igual que en las obras del título, todavía debe construirse con ese paso lento que los operarios le dan a las construcciones. Y es que, cuando tenemos que crecer, cuando sumamos años y nunca los restamos, nos queda esa patina de haber conseguido lo inimaginable, lo que estaba por llegar, y en ese mismo momento, si aparece algo como esta colección de relatos, uno sabe que no lo ha hecho tan mal, que después de todo, la lectura siempre permanecerá para enseñarnos lo que es la vida y lo que podría no haber sido nunca.