Abrir un libro es abrirse uno mismo a ser decepcionado, quizá, pero sorprendido gratamente, otras veces. Nunca se sabe. Y con La viuda, debut literario de la otrora periodista Fiona Barton, me sucedió a mí y puede sucederle a usted, amable lector. No me refiero a que esta novela me haya sorprendido por haber superado mis expectativas, ni por haberme brindado una lectura más gratificante de lo que yo esperaba (no esperaba nada de particular más que pasar un rato agradable, habida cuenta de que La viuda se nos ha presentado como heredera de otras novelas veraniegas de tintes criminales, y muy especialmente de La chica del tren, con la cual se la ha comparado favorablemente, jerarquización con la cual no puedo estar más de acuerdo).
No. Me refiero a que La viuda pertenece a ese grupo de novelas que se transforman delante de nuestros ojos en otra cosa de lo que eran hasta ese momento. No se trata de transformaciones radicales; La viuda no contiene abruptos o rebuscados giros argumentales, sorpresas que estiran hasta el límite la frontera de lo verosímil ni complejidades temáticas o estructurales que nos obliguen a releer fragmentos enteros para tratar de armar el puzle. La transformación de la que hablo tiene más que ver con la manera en que fluye la historia y fluyen los personajes, y ello lo debe todo a la magistral dosificación y administración de la información de las que hace gala Fiona Barton. Esta autora consigue en La viuda imitar la vida y a las personas reales, a las que no “leemos” ni conocemos igual que conocemos a los personajes de una novela cualquiera, sino poco a poco, llevándonos pequeñas sorpresas y desengaños, descubriendo sus personalidades lentamente, con un conocimiento cuyos fragmentos nos suelen llegar con cuentagotas y dependiendo de situaciones, momentos y coyunturas. Pues algo así sucede con los personajes de La viuda, sin duda el elemento decisivo a la hora de engancharnos a esta novela y el que la eleva por encima de otros libros de similares estilo, temática y argumento.
Los cuales no son el colmo de la originalidad, pero todas las historias ya han sido contadas; lo que las diferencia es las distintas maneras de contar, cómo el autor maneja la información, y en eso Fiona Barton acierta de lleno. La viuda cuenta la historia de Jean Taylor, que acaba de enviudar de un hombre que había sido juzgado (y absuelto) por secuestrar a una niña de 2 años. Ahora que el marido ha muerto, Jean recibe otra vez la visita de las personas que lo persiguieron y que nunca dejaron de creer en su culpabilidad: el inspector que llevó el caso, Bob Sparkes, y la periodista que lo cubrió a la par que intentaba descubrir la verdad, Kate Waters. Cada uno de ellos a su manera tratará de despejar la duda que los acecha: ¿es el difunto Glen Taylor el secuestrador de la pequeña Bella? Ambos se aferran a la posibilidad de que Jean conozca el secreto.
La viuda es una obra con más enjundia de lo que pueda parecer. Como historia criminal, las hay mejores y también mucho mejores; sin embargo, donde verdaderamente brilla es en la liga de historias de drama psicológico con tintes policíacos. Subrayo lo de los tintes; en realidad, es un barniz, pero no el corazón de la historia; pienso que a la autora no le interesaba tanto escribir una historia de sabuesos en persecución de la verdad como una acerca de los personajes en los que no se suele posar el foco de la atención pública: la mujer que posa al lado del acusado, la periodista ambiciosa pero con corazón, el policía que se agarra a un clavo ardiendo con tal de descubrir la verdad. Personajes secundarios en la vida real si miramos la historia con los ojos de un espectador no involucrado personalmente en la historia; a ese espectador -o lector- sólo le interesará el misterio y su resolución, y saber si el acusado se llevó a la tumba un secreto inconfesable o, por el contrario, era un hombre injustamente acusado. Pero personajes de indiscutible protagonismo si nos adentramos en la historia y elegimos vivirla en vicaria primera persona. Puesto que cada individuo es el más importante para sí mismo, y su historia, la única verdadera.
En La viuda hay o puede haber tantas verdades como personajes. Y Fiona Barton procura tratarlos a todos por igual, sin prender la llama del prejuicio, sin alentar éste con trucos fáciles de escritor de novela negra; jugando algunas veces el juego de adivinar qué piensa y siente el lector y demostrarle lo equivocado que está (o no) y hasta qué punto es presa de atajos simples de lector resabiado (o no).
La viuda es más sincera que La chica del tren, y más humana que Perdida. Y está mejor narrada que cualquiera de las dos. Porque atesora momentos de magia literaria, aquellos en los que, creyendo que teníamos caladísimo a tal o cual personaje, la autora nos demuestra que es ella quien más sabe. Y lo hace de una forma muy elegante: dejando caer información como gotas de sirimiri, de tal forma que, para cuando queremos darnos cuenta, somos nosotros los que estamos calados hasta los huesos, y ni nos hemos enterado.
Brilla con luz propia, del elenco de personajes, ese policía mucho más humano, mucho más real, mucho más amable y fácil de querer que la mayoría de superpolicías que pueblas las novelas de misterio: Bob Sparkes, el inspector que ha llegado a querer a la niña cuyo secuestro investiga. Sparkes es entrañable, y es especial entre los policías de novela; es excepcional porque personifica al policía que es derrotado por su caso pero, aun así, no ceja en su empeño. Es un policía que sale del Cuerpo por la puerta de atrás, humillado, avejentado, desengañado; un policía totalmente falible, que, a pesar de contar con compañeros jóvenes e inteligentes, se ve obligado a bajar a los infiernos para poder volver a nacer.
No acabo de decidirme en leerla. Ya veremos. Un beso 😉