La Zona de Interés, de Martin Amis
“Y entonces llegas a la Zona de Interés, y ella te dice quién eres”.
Por norma general no me interesan demasiado los autores polémicos, sin embargo, reconozco que es Martin Amis, al que las controversias le siguen siempre a todas partes, una de mis mayores debilidades literarias. El escritor británico, aunque no siempre me guste por igual, tiene el don de entretener y revolver a partes iguales. A él, aunque provocador, no le preocupan las polémicas. La literatura, en realidad, es otra cosa.
Lo que no se termina de entender muy bien es que algunas editoriales hayan decidido no publicar su último trabajo -por suerte, o más bien por Anagrama, no en el caso de España- alegando, precisamente, motivos literarios. Y es que si de algo anda sobrada La Zona de Interés, es precisamente de ellos. En ella, Amis hace lo que, sabemos, se le da bien hacer y se coloca, con esa clave de humor tan propia de la casa, a ratos grotesca y a ratos dramática, en la perspectiva más incómoda del Holocausto, la del que hiere en lugar de la del que es herido.
Así, escrita a tres voces, La Zona de Interés sigue la perspectiva de Golo, el sobrino de un jerarca nazi, Paul Doll, un comandante alemán, y Szmul, un judío que colabora con sus propios verdugos, en esa especie de rutina que se establece cuando uno es capaz de acostumbrarse al horror, o, en palabras de Hannah Arendt, a la “banalidad del mal”.
Allí, Martin Amis se sale inteligentemente de su zona de confort y nos arranca a nosotros de ella, para entrar en esta otra zona de interés que le permita reflexionar sobre el amor, la moral y el horror en el peor de los contextos posibles, a través de esa especie de espejo desfigurado que él mismo crea y que nos devuelve a nosotros, como seres humanos, a una realidad difícil, más bien imposible, de asumir.
Es por ello que al escritor inglés, que ya había abordado el Holocausto anteriormente con La flecha del tiempo, hay que reconocerle su esfuerzo por arriesgar. Que nadie se lleve a engaños, no se puede escribir de otra manera. Y a partir de aquí, construye una historia sólida protagonizada por tres personajes completamente convincentes en cada uno de sus matices, cuyas voces crecen en sintonía unas de otras y que, aunque rocen el absurdo más absoluto, nunca pierden de perspectiva su terrorífica veracidad.
Una lectura incómoda, en cuanto al fondo, cuyo principal crimen es que resulta tremendamente cómoda de leer. Y es que al creador de Lionel Asbo, se le sube el guapo literario cuando se trata de parodiar a villanos despreciables y provocarte una sonrisa con talentosa soltura. Pocos manejan la sátira igual de bien que él lo hace, capaz de transformar su brillante humor en tragedia justo en ese instante en que te golpea de lleno en la cara.
El golpe es efectivo. Precisamente porque Amis es un maestro en bailar sobre la fina línea que separa lo esperpéntico, patético y ridículo de lo trágico y de lo real. Y todo ello sin perder de vista, faltaría más, el respeto y el decoro hacia las víctimas, los únicos héroes de este relato. Aquí su mérito no es poco. Y es que hay una gran responsabilidad que se vuelve palpable en su escritura. Nada se le puede reprochar en este sentido. Más bien al contrario. El mimo con el que trata a sus personajes más vulnerables -especialmente entrañable me parece la figura de Esther-, resulta más que evidente.
Con todo, sabiamente contextualizada en los últimos tiempos del nazismo, donde al lector siempre le queda el consuelo de saber lo que la historia deparará a algunos de sus personajes, La Zona de Interés se presenta como una de esas buenas apuestas para acabar bien el año. ¿Mi recomendación? No la dejen pasar demasiado.