Para muchos el anime Lamu, conocido en Japón como Urusei Yatsura, fue la puerta de entrada al mundo de la mangaka Rumiko Takahashi. De hecho, para mí el personaje de Lamu viene asociado a una canción. Una canción que apenas llegaba al minuto de duración pero que servía para resumir los motivos que llevaron a la extraterrestre llamada Lamu a aterrizar en la Tierra. Esto es debido a que los sábados por la mañana madrugaba para poner TV3 y disfrutar con las alocadas aventuras de Lamu. Todavía soy capaz de recordar algunas estrofas del opening de la serie animada. Más tarde llegaría Ranma ½ y Rumiko se convertiría en una verdadera sensei del manga.
La historia de Lamu arranca a raíz de una confusión digna de una comedia de enredos. Después de que unos extraterrestres invadan la Tierra y sintiéndose magnánimos decidan que todo se juegue en un duelo, cada mundo presenta un contendiente, por un lado Lamu y por el otro un terrestre llamado Ataru. Aunque Lamu puede lanzar rayos y volar, el chaval, que todavía va al instituto, se las apaña para vencer. Y es aquí donde empieza el embrollo, pues Ataru celebra su victoria anunciando que quiere casarse, mientras piensa en la novieta que tiene en el instituto. Y Lamu, que aunque en ocasiones es un demonio en otras es un ser inocente y enamoradizo, piensa que aquel terrícola está pidiendo su mano. A partir de aquí la vida de Ataru se convertirá en una sucesión de aventuras disparatadas la mayoría de veces promovidas por Lamu. Diecisiete de esas aventuras son las que reúne el primer volumen de Lamu: Perfect Color Edition publicado por Planeta Cómic. Todas ellas con un elemento en común: el color.
El blanco y negro en el manga es toda una tradición. Ver un manga a todo color todavía resulta algo chocante y extraño. Una de las principales causas de la utilización del monocolor son los costes. Salvo casos contados, la mayoría de mangakas ven publicada las primeras páginas de su obra por primera vez en alguna revista. Publicaciones como Shonen Jump o Shonen Sunday que para ofrecer un producto asequible a todos los bolsillos deben rebajar la calidad del papel y de la impresión. Si a esto le añadimos la carga de trabajo que acostumbra a tener un mangaka con deadlines casi cada semana, es normal que estos decidan prescindir del color. Con todo, los mangakas con cierto renombre, o los que quieren ganar prestigio, en ocasiones se animan a colorear algunos de sus originales.
En la mayoría de las páginas de este Lamu: Perfect Color Edition Rumiko Takahashi emplea solo dos colores, dándole a las viñetas ese tono anaranjado tan característico que hemos visto en otros mangas. La técnica empleada mayoritariamente son las acuarelas aunque el acrílico también tiene su cabida. Las páginas full color apenas llegan a la docena pero algunas, como en la que se ve a Lamu practicando footing, muestran que Rumiko no es solo una virtuosa a la hora de dibujar. El único pero que se le puede sacar a este tomo especial de Lamu es que al reunir solo las historias que fueron coloreadas algunos arcos quedan incompletos. A pesar de esto, no he sentido que me perdiera nada y más teniendo en cuenta que han añadido al final del manga una sección especial para desarrollar, de forma resumida, los arcos al completo. Pero sí es verdad que alguien que no conozca de nada al personaje notará que el arranque es brusco, sin un preámbulo en el que se explique por qué una extraterrestre con bañador de tigre le hace la vida imposible a un adolescente.
Lamu: Perfect Color Edition es puro cachondeo. No es una promesa, es un hecho. Se puede constatar desde las primeras páginas, en las que unas naves espaciales, surgidas de una especie de thermomix, se enzarzan en una batalla mortal en el salón de la casa de Ataru, con el susodicho al borde del infarto. Lamu también goza de mucha ciencia ficción. Un ejemplo lo encontramos casi al final del tomo. Lamu se las apaña para viajar al pasado a través de una taza (lo disparatado es verdaderamente descacharrante) para así encontrarse con una versión infantil de Ataru. Su misión es educar al niño para que no acabe convirtiéndose en el adolescente salidorro que siempre va correteando detrás de las muchachas. Pero que Ataru tenga las hormonas revolucionadas no quita que también tenga su corazoncito, y lo demuestra cuando decide proteger a un gusano de seda que todo el mundo se empeña en cargarse por el simple hecho de ser más feo que Picio. Es fácil rememorar cierta fábula al llegar al desenlace. Y es que Rumiko Takahashi, como si se tratase de una funambulista de la historieta, siempre ha sabido dotar a sus narraciones de un equilibrio entre géneros. El humor absurdo o la ciencia ficción nunca nublan un costumbrismo repleto de folclore. Y un relato con toques picantones siempre acaba llegando al corazón. De hecho, la fórmula de amor y odio a tres bandas, o más, con ciertas dosis de sensualidad es un recurso que Rumiko repetiría en Ranma ½ e InuYasha con el mismo éxito.