Al hilo de la aparición de sucesivas ediciones conmemorativas llevo un tiempo recomendando la relectura de clásicos que por diversas razones (generalmente cinematográficas) han llegado a nuestros días descafeinados, en el mejor de los casos, cuando no seriamente mutiladas. Las aventuras de Huckleberry Finn son un claro ejemplo de esta situación y si acaso cabe destacar algo que la diferencie es el desbordante sentido del humor que contribuye en grado sumo a la promoción a los altares de la gran literatura de la obra original de Mark Twain. Porque sí, Las aventuras de Huckleberry Finn es una obra maestra que desborda cualquier intento de clasificación por género o estilo y sí, tiene, junto con su autor, el indudable valor añadido de ser una obra fundacional, el manantial del que se nutren tantos y tantos clásicos de la literatura estadounidense comenzando por William Faulkner. Y todo ello sin dejar de ser, como queda dicho, un texto rabiosamente divertido.
Pero estas ediciones conmemorativas generalmente añaden algo más derivado de una cuidada edición, y en este caso quisiera destacar de entre los muchos motivos que convierten esta edición de Sexto Piso en una de especial calidad las magníficas ilustraciones de Pablo Auladell.
De entre las voces narrativas que puede escoger un autor es probable que la de un niño sea una de las más arriesgadas, pero hay que reconocerle a Mark Twain una maestría particular en este aspecto ya que la mirada de Huck Finn, protagonista y narrador, es uno de los activos fundamentales de la novela como lo son el río o ese particular ambiente tan literario de la esclavitud en los estados sureños que tan bien explorara Faulkner después.
Y se preguntarán cómo es leer Las aventuras de Huckleberry Finn hoy día, con ojos adultos del siglo XXI, y eso tiene fácil respuesta: igual que en su estreno e igual que dentro de tres siglos porque las grandes obras maestras son intemporales y tienen capacidad de modular la mirada del lector para incluirla en su universo particular como si siempre fuera nueva. Comencé la lectura en mientras pasaba unos días de vacaciones en casa de mis padres y cada vez que dejaba el libro aunque fuera un momento mi padre me lo expropiaba porque quiso echarle un vistazo y después no podía dejar de leer, aunque ya lo hubiera leído y lo conociera sobradamente. Este libro no sabe de generaciones.
Me confieso deslumbrado, he disfrutado como pocas veces y no puedo pensar en este libro sin que una sonrisa bonachona me delate. Y no será porque el libro no presente situaciones duras y motivos para la reflexión, pero ocurre que uno las asume con la libertad de quién navega en una barcaza río abajo al abrigo de las estrellas.
Andrés Barrero
@abarreror
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