«Las partes buenas de nuestra relación eran como una rata revolviéndose y mordiéndome en el estómago». Frases así son las que hacen que me enganche a Bukowski. Frases así que desgarran, que narran el amor desde un punto de vista crudo y totalmente válido, que muchos olvidamos a propósito o sin querer.
Recuerdo el momento en el que miré cara a cara a este escritor calificado como maldito. Fue en Factotum y yo tendría unos diecinueve años. Había oído hablar de él, por supuesto. Sobre todo en películas donde el protagonista era un adolescente intenso que tenía a este autor como referencia y se metía a Shakespeare en aquel lugar donde la espalda pierde su nombre. En esa época necesitaba leer cosas que me marcaran a fuego, que hicieran que mis ojos se abrieran y mi estómago diera vuelcos. No me malinterpretéis, hoy en día sigue siendo así, pero por aquel entonces el ansia por encontrar algo como lo que describo era mucho mayor. Cosas de adolescentes.
Conocí a Bukowski y caí en sus redes para siempre. Después de Factotum vino Cartero, después, Mujeres. También otros títulos varios más. Pero lo más importante es que me llevó a leer a autores como Palahniuk o Kerouac. Me abrió los ojos.
Y hoy lo ha vuelto a hacer gracias a Las campanas no doblan por nadie, que es precisamente el libro del que vengo a hablaros hoy, aunque con tantos rodeos que he dado no lo parezca. En fin, lo primero que llama la atención de este libro es, hasta tocar la evidencia, su título. Esa mención expresa a Hemingway me ha parecido una forma preciosa de hacerle un homenaje, ya que era uno de los autores de mesilla de Bukowski, o al menos eso he leído siempre por ahí. El caso es que desde la editorial Anagrama han decidido hacer esta compilación de relatos cortos y artículos que el autor fue escribiendo a lo largo de su vida. Algunos fueron publicados en revistas eróticas como Oui o Hustler y otros en periódicos, sin olvidar que algunos de ellos son totalmente inéditos.
Dentro de estos relatos que hablan de cosas tan variadas como de un empleado de un sex shop que cuenta anécdotas vividas en su trabajo o las irreverentes preguntas sexuales a las que una chica es sometida en una entrevista de trabajo, encontramos a algún viejo conocido, como a Hank, que ya nos sonará de otros libros del autor. Todos estos relatos, aunque como digo protagonizados por diferentes personajes, tienen el sello indiscutible de Bukowski. El sexo es el principal protagonista, como en casi todo lo que escribió, pero también lo es la sociedad disfuncional, el alcohol, el juego, los abusos, la violencia, la crudeza y el sarcasmo. Si algo atrae de este autor es que no se deja nada en el tintero, sobre todo a lo que a las descripciones se refiere. No duda a la hora de escribir, no piensa en si es correcto o no lo que está transmitiendo. Simplemente dice lo que le sale de las narices. Bueno, de los cojones, que para eso es Bukowski.
Como lectora, es una compilación que he leído con calma y tranquilamente. Pero eso siempre me ha pasado con los libros de este autor, me cuesta mucho no saturarme con sus historias y no puedo leer demasiadas páginas seguidas. Y no porque no me guste, creo que a estas alturas ya se entiende que me encanta. Yo creo que es por la intensidad con la que narra todo, que me agota. Me agota física y mentalmente, es como si un torbellino pasara por dentro de mi cabeza cada vez que lo leo que me deja tirada por los suelos. Y eso, queridos lectores, es lo más bonito que te puede suceder cuando abres un libro.
Para terminar os dejaré una joyita que encontré dentro de las páginas de Las campanas no doblan por nadie y que me removió un poquito por dentro:
«No pude soportarlo. Me di la vuelta y entré al vestíbulo del edificio, pasé por delante del apartamento número 1 donde pasamos tantas buenas noches. Ya no estaba allí. Se había esfumado como las Navidades pasadas o un par de zapatos viejos. Vaya mierda. Fui escaleras arriba y empecé a darle. Qué cobarde. Bebí, bebí, bebí, bebí. Puro escapismo. Los borrachos son escapistas, según dicen, incapaces de afrontar la realidad.
Luego oí que ella se fue a Denver a vivir con una hermana.
Y los escritores siguen escribiendo y los artistas siguen pintando pero eso no tiene mucha importancia».
No sabía que te gustara Bukowki… Y no sabía tampoco que él había escrito una obra que se llamara “Las campanas no doblan por nadie”. Recuerdo haber leído en The Sun Also Rises (Fiesta) de E. Hemingway: “Las campanas doblan por mí y por mi chica”. Este título de Bukowski supone una negación de aquello. Quién sabe. Hace unos años descubrí también a Bukowski y me enganchó. Así como a ti.
Bukowski da voz a aquellos que escriben, pero no van de “snobs” literatos. Es un autor sin miedo, un autor que agrandó un personaje como Henry Chinasky, pero un autor que decía las cosas tan claras que dolían. Su prosa es ruda y, a veces, sentimental. Lo combina bien, sabiendo que tira más para la rudeza. Todo el mundo lo ha leído, todos lo conocen…
Recuerdo como lo conocí, recuerdo lo que me pasó en el autobus de vuelta a un pueblo decrépito y lleno de mierda como el que vivia antes. Me ayudó a espabilarme, sin duda. Tenías que irte a la capital para poder comprar literatura o, eso o internet.. Y quería irme fuera. Quería vivir un poco, y salir de esa mierda de vida que tenía entonces. Al principio, lo deseché porque estaba acostumbrado a otro tipo de literatura. Luego, con el tiempo, lo amé. Ahora es mi autor favorito.
Bukowski decía las cosas claras. Vivió como quiso, fue listo y tuvo suerte. Porque muchos son mejores que él, pero no llegaron en ese momento idóneo donde si llegó él. Es un grande. Ahora leo mi octavo libro de él: LAS CAMPANAS NO DOBLAN POR NADIE, y es genial… Es un grande. Un grande que tuvo suerte y llegó con un tipo de escritura que nadie más hacía y que conectó enseguida con la gente, un poco cansada de tanta seriedad en los libros