Hay momentos en los que el reloj se para. Se detiene para empezar a contar desde cero. Uno de estos momentos ocurrió el día 8 de agosto de 1969. Por un día, California dejó de respirar. Sintió el dolor de la pérdida, de la brutalidad, de la matanza. Fue el día en que algunos de los miembros del séquito de Charles Manson, asesinaron brutalmente a varias personas en la casa de Roman Polanski. California se estremeció, al igual que Evie cuando se enteró de lo que habían hecho las que consideraba sus amigas.
Evie era una chica de apenas catorce años. Como todas las adolescentes, no estaba a gusto con su vida. Odiaba a su madre y pensaba que todo lo que la rodeaba no estaba a su altura. Un día conoció a Suzanne, un alma libre, que vivía en la comuna hippie de un tal Russell. Se alimentaba de lo que encontraba en los contenedores y tenía la seria impresión de que podía hacer lo que quisiera, cuando quisiera. Evie, sin remedio y sin frenos, empezó a idolatrar a esta chica. La admiraba como se admira a las famosas que salen en las revistas; con ese deseo de ser algún día como ellas. Suzanne formaba parte de una comunidad que se regía por sus propias reglas, impuestas por Russell. En aquella había más chicas de no más de dieciséis años, aunque, a pesar de la tierna edad, alguna ya sabía lo que era ser madre. Las drogas y el desenfreno marcaban los horarios. Evie pronto se acostumbró a vivir así; a robarle dinero a su madre a escondidas, a comer alimentos casi putrefactos, a drogarse hasta alcanzar el cielo. Pero todo tenía su precio. Russell usaba a las chicas a su antojo. Él les permitía vivir en esa comunidad si obedecían religiosamente todas sus exigencias. Os podéis imaginar.
Estoy segura de que Evie sabía que aquello no podía terminar bien. Aunque se autoengañaba y se convencía de que ese modo de vida era el correcto, creo que en el fondo era consciente de que algún día la bomba de relojería que era aquella comuna estallaría esparciendo restos de metralla por toda California. Y ese día no se hizo esperar. Russell (o, Charles Manson, como prefiráis) puso en marcha su plan. Las chicas, entre ellas Suzanne, se encargarían de la matanza en la casa de Polanski. Menos mal que Evie no formaba parte de este séquito. Menos mal que Russell pensó que no sería capaz de empuñar un cuchillo. Porque si no, a día de hoy, seguiría encerrada en una prisión como todos los demás.
Emma Cline, californiana de tan solo veintisiete años, se ha lucido con su primera novela. Se ha lanzado a la piscina y ha cogido uno de los crímenes más famosos de la historia y lo ha transformado en una novela que, sorprendentemente, no tiene como móvil dichos asesinatos. Las chicas está narrada por Evie, que es completamente ajena a los planes de Russell. Es ajena al delirio de su mente y de las cosas que pasan por su cabeza cada segundo, atormentándole. Desde el principio el lector sabe cómo termina la historia, pero en esta novela lo importante no es el final; sino el antes y el después. Encontraremos la narración de una Evie adolescente, pero también la de una Evie madura que se enfrenta día a día con los demonios de su pasado.
Evie tendrá que acostumbrase a ser perseguida por el fantasma de Manson. Y también por el de Suzanne. No sé si algún día lo conseguirá, pero estoy segura de que en esa época en que los setenta ya se dejaban oler, Evie aprendió una gran lección: no es oro todo lo que reluce.
Está claro que aquí, contra todo pronóstico, el protagonista no es Manson. Los medios de comunicación se cebaron con él, hemos oído su historia hasta la saciedad. Pero, ¿qué pasó con Las chicas que lo perdieron todo por seguirle, que abandonaron su sensatez y su futuro por tener contento a un hombre al que se le llenaba la boca al hablar de libertad? Emma Cline analiza la adolescencia desde un punto de vista diferente al que estamos acostumbrados. Estudia cómo la opresión de la sociedad hace que hagas todo lo posible por encajar, llegando a tomar malas decisiones que te lleven a estar muerto en vida.
Hablando de Emma Cline, al principio su forma de escribir me chocó un poco. Con frases cortas como telón de fondo y escasos diálogos, tuve que acostumbrarme a su manera de describir las cosas. Pero cuando me familiaricé con su prosa, aquello fue como un tren sin frenos. Empezó a coger carrerilla e hizo que no pudiera separarme del libro.
No sé cómo terminar esta reseña. Todavía estoy asimilando la historia. Me ha dejado hecha trizas, sinceramente. Me ha ido destrozando poquito a poquito, casi al mismo paso que lo hacía Evie. He leído que pronto será llevada a la gran pantalla y tengo unas ganas tremendas de ver si la actriz que represente a nuestra protagonista es capaz de transmitir todo lo que transmite Evie en unas pocas páginas. Está difícil. Mientras llega, os aconsejo que os dejéis llevar a los misteriosos años sesenta, cuando parecía que todo estaba permitido. Cuando las reglas las marcaba cada uno. Cuando sucedió un crimen que hizo que todos los relojes se pusieran a cero.